En la “Toma simbólica del centro histórico” (marzo de 1988) realizada bajo mi exclusiva responsabilidad, con mis cien estudiantes, tal como quedó reflejado en el libro publicado con el dinero obtenido en la subasta del dibujo que Oswaldo Guayasamín hizo en la calle, por primera vez el centro se volvió peatonal y durante ocho horas quedó convertido en un espacio de arte y de cultura. Iglesias, bibliotecas, museos e instituciones se abrieron para que los cien mil quiteños pudiesen visitarlos guiados por distinguidos historiadores.
Un desfile encabezado por Blasco Peñaherrera, vicepresidente de la República; Patricio Romero, prefecto; Jorge Enrique Adoum, Julio Pazos, Leonardo Tejada, Simón Zavala y otras personas comenzó desde El Ejido. Detrás marcharon las bandas de guerra de los principales colegios femeninos y masculinos. Culminó en la plaza de San Francisco en la que Gonzalo Endara Crow lanzó 1 000 globos en señal de la toma anunciada.
Después varios poetas leyeron sus textos. Al finalizar, ahí quedaron conjuntos de música nacional. En el Pasaje Amador tocaron grupos de rock; en Santo Domingo, música bailable, en el edificio del municipio se proyectaron documentales y películas. En la Catedral se presentaron mimos; en los bajos del Palacio Municipal se realizó una gran exposición con cuadros prestados por los mejores pintores de Quito, mientras sobre el pavimento, los estudiantes de arte hicieron dibujos alusivos al evento. Todo a costo cero. Sólo con el enorme esfuerzo de los estudiantes, pues esperaban la máxima nota final del año. Consta en el libro y en los medios de comunicación.
Desde entonces se ha copiado la idea pero, en la práctica, se la ha degenerado. El 10 de agosto, el centro histórico, a vista y paciencia de quienes gobiernan, se ha convertido en un mercado libre totalmente copado por los voceadores y vendedores, venidos con sus comidas y mercancías, desde los montes que marcan el espectacular y hermoso paisaje de Quito.
La antigua huerta de La Merced es uno de los primeros malos ejemplos de invasión de los espacios de interés cultural; la calle Ipiales; la quebrada de El Tejar ocupada por un edificio municipal dedicado a los invasores ambulantes. La extraordinaria casa de la Mejía y Cotopaxi (¿dónde estará la pila de piedra?) está ahora interiormente forrada con mercancía china. Todo con la acústica saturada por los tonos de siempre.
Este hecho, en síntesis, reproduce el proceso seguido por los invasores y los políticos que, en cada elección, legalizan las ilegalidades cometidas en el espacio urbano. Es cuestión de votos ¡Qué pena! Este círculo infernal está deteriorando la calidad de vida. Una cosa es la pobreza y otra el respeto a las normas de convivencia.