Solamente el círculo cerrado en torno al presidente Chávez está al tanto de la verdadera situación de salud de su comandante; el resto de venezolanos recibe una información celosamente administrada por los eventuales herederos de su legado político.
El timing mediático en la filtración de información es fundamental en esta fase de transición, permite llegar a arreglos entre los posibles herederos directos: Diosdado Cabello, presidente de la legislatura, y Nicolás Maduro, vicepresidente en funciones. Permite, a su vez, administrar el duelo y preparar a las masas venezolanas a aceptar el destino fatal que le ha tocado vivir al líder indiscutible de la revolución bolivariana.
La pregunta que todos se hacen es si esta lenta agonía es también del modelo político o solamente de su líder. Es complicado dar una respuesta contundente a este interrogante.
Difícilmente se puede pensar al modelo revolucionario venezolano sin la figura de Chávez; su característica de líder carismático con ribetes cuasi religiosos aparece como personificación de la revolución; una figura demiúrgica con poderes extraordinarios de seducción a las masas que le ha permitido perennizarse en el poder por más de 14 años. Pero así como es impensable la revolución bolivariana sin la figura de Chávez lo es también la figura de este líder sin el soporte en los ingentes ingresos petroleros que le ha permitido inundar de dólares a Venezuela y desarrollar una ambiciosa política de transferencia de rentas a los sectores más desposeídos de Venezuela.
Es justamente esta simbiosis de personalismo y modelo político que caracteriza al proceso venezolano, lo que podría hacer de la agonía de su líder la agonía también de su modelo político; en ambos casos el desenlace luce dramático y de consecuencias incalculables; se delinea así un escenario de duras y agrias confrontaciones entre líderes que apelan al personalismo que exige el modelo, pero sin contar con las dotes carismáticas del comandante Chávez.
En este escenario emerge la oposición, pero su tarea es seguramente más ardua que la de los seguidores de Chávez, debe actuar inteligentemente para no romper con el duelo de las masas con su líder, pero al mismo tiempo postularse como legítimo continuador de la tarea ya esbozada por la revolución bolivariana: redistribuir las rentas que se derivan de esta favorable coyuntura internacional.
Pero todo ello lo debe hacer en sentido contrario a como la ha hecho Chávez y su revolución; sustituir la polarización por el reencuentro nacional, sustituir la confrontación por la corresponsabilidad en la construcción colectiva de la política y volver sostenible el modelo, lo cual quiere decir transitar efectivamente hacia una economía pos-petrolera. Una tarea de titanes.