La película de amor lésbico que ganó el Festival de Cannes del año pasado ha aterrizado finalmente en las pantallas capitalinas, en medio de la Cuaresma. ¡Cómo han cambiado los tiempos! Hace 50 años la Iglesia y medio Quito habrían puesto el grito en el cielo; ahora no tenemos empacho en contemplar ‘La vida de Adèle’ luego de haber comido esa sopa de granos, lácteos y bacalao que fuera ritualizada para cumplir con la abstinencia de la carne. Lo único que está prohibido hoy es ver los traseros ‘sexy’ que publican los diarios no alineados con el discurso oficial.
Yendo al grano, sobre la fanesca tengo mis reparos; sobre la película dirigida por el franco-tunecino Kechiche, casi ninguno. Los actores criollos deberían mirar con cuidado ese trabajo de antología de Adèle Exarchopoulos donde no hay gestos demás, sin embargo de los espaguetis que se repite y de los largos polvos que protagoniza con Enma, la del cabello azul. Fueron precisamente estas ardientes escenas de amor las que desataron un leve escándalo, con gente que llegó a calificarlas de pornográficas. Pero lo que me deleita realmente son los sucesivos e intensos close-ups del rostro de Adèle, que transmite todo el amor y el conflicto que le pasa por dentro sin un gesto excesivo. Como dijo el año pasado Carlos Boyero, el crítico de El País: el director Kechiche “filma las escenas de sexo con una autenticidad insólita. Y nos descubre a una actriz extraña y maravillosa llamada Adèle Exarchopoulos, capaz de expresar lo máximo con lo mínimo”. ¡Cómo será de buena que ya le echó el ojo Sean Penn para incluirla en su próximo filme con Javier Bardem y Charlize Theron! A su modo, la fanesca también quiere expresar lo máximo pero con el máximo de ingredientes contradictorios y, en mi humilde opinión, fracasa. Me dirán que he cambiado de criterio desde que escribí mi libro de cocina ecuatoriana. En parte sí porque yo recogía recetas y costumbres de mucha gente distinta. Por ello, a riesgo de ser acusado de linchamiento mediático, vengo sosteniendo hace rato que cualquier fanesca mejora a medida que se le restan ingredientes. Quiten ustedes la pizca de azúcar que recomienda la tía Susanita, los maqueños fritos que también son dulzones, el huevo duro que no toca ningún pito allí encima, la crema de leche y el queso licuado y en tiras; no desagüen tanto ni hiervan en tanta leche al bacalao para que conserve su sabor de mar. En síntesis, traten de recuperar la esencia de una sopa de granos tiernos con más sabor de pescado que de lácteos dulzones.
Así como es fatal la sobreactuación y solo confunde y desorienta el exceso de ademanes y mohines de un actor, nadie puede discernir 27 sabores mezclados en el paladar, al que de yapa se añade el ají. Sobriedad, equilibrio, limpieza, sabor por sabor, emoción por emoción, eso buscaba la ‘nouvelle cuisine’, eso busca la actuación de Adèle. Caso contrario, todo se convierte en una sola fanesca.