Al margen de los candidatos presidenciales, en el caso de una segunda vuelta, los parlamentarios electos estarán cómodamente esperado a ser llamados para conversar con el presidente electo, su equipo, y los legisladores afines al próximo gobierno. Sin embargo, el menú en este interregno, puede ser válido para pre configurar acuerdos o compromisos políticos hasta la proclamación final. Dialogar y proyectar escenarios donde prevalezcan temas comunes como qué hacer con la ola de corrupción que amenaza con desbordarse e inundar al país; programar la administración de la reactivación económica y la inserción del Ecuador al mundo globalizado del cual se ha marginado. Si estas conversaciones o negociaciones son públicas, concretas – es decir no retóricas-pueden dar lugar a bloques legislativos de gran valor estratégico para asegurar la gobernabilidad y recoger ordenadamente los escombros que recibirán.
En el caso del frente gubernamental el objetivo será sumar una cantidad importante de votos en el parlamento para bloquear cualquier intento de que “los otros” logren las dos terceras partes y por ende derriben los muros que impedirán que la fiscalización del pasado inmediato se pueda realizar. Es un propósito posible e independiente, luego de los primeros resultados presidenciales. Una especie de continuismo solidario.
Del lado de los opositores, que no lograron un acuerdo antes de las elecciones, será difícil, que las negociaciones en ese momento, con los naipes jugados, no resulten un “toma y daca” de la peor especie de las conocidas. Basta observar la ruta de las catacumbas que se recorre antes de las elecciones de febrero del 2017. Desconocen- y ya son mayorcitos- que de no variar este panorama la gobernabilidad a partir de mayo del 2017 estará diabólicamente amenazada: o el continuismo sigue el curso de un poder acumulado por 10 años o, el relevo asume el mando, aunque no tengan idea de qué país gobernarán, que idioma se habla y donde se puede alcanzar algo de agua y comida. Además, que por razones del cambio climático, es imposible esperar que el “maná” caiga del cielo.
En estas confusas horas, a lo mejor algo ayuden las reflexiones que Mario Vargas Llosa hizo esta semana en El País de Madrid: “Mi impresión es que es preferible erradicar la rabia de la vida de las naciones y procurar que ella transcurra dentro de la racionalidad y la paz, y las decisiones se tomen por consenso, a través de la persuasión o del voto. Porque la rabia cambia rápidamente de dirección y de bien intencionada y creativa puede volverse maligna y destructiva, si quienes asumen la dirección del movimiento popular son demagogos, sectarios e irresponsables. La historia latinoamericana está impregnada de rabia y aunque, en muchos casos, estaba justificada, casi siempre se desvió de sus objetivos iniciales y terminó causando peores males que los que quería remediar…”