La conmemoración del bicentenario de la matanza del 2 de agosto de 1810, que lamentablemente resultó muy deslucida, debe dejarnos una lección fundamental: En la historia de los pueblos los protagonistas fundamentales son los propios pueblos.
Una visión actual y comprometida de todo nuestro pasado pone en el centro del proceso a los actores colectivos. Las historias tradicionales pintaron las independencias como acciones heroicas de grandes individualidades. Y aunque hemos avanzado mucho en el plano académico, todavía en la opinión pública y en los sistemas educativos se mantiene la tendencia de interpretar los procesos a partir de las personalidades que se consideran “determinantes”.
Cuando tenemos al frente, a veces aún en medio del análisis más riguroso, a las grandes personalidades de la historia, sufrimos una “ilusión óptica”, como la llama Plejanov. Para nosotros los latinoamericanos, Simón Bolívar es quizá el caso más extremo. La Independencia fue obra de su “genio”, que explica la magnitud del hecho y sus consecuencias. El Libertador es el paradigma de esos “patriotas” superhombres que “nos dieron la libertad”, con una mítica acción bélica que asombró a la humanidad. Las complejas realidades de veinte años de guerra independentista se reducen, al fin y al cabo, a la participación individual de Bolívar y, a más tardar, también de sus tenientes.
Para que esta visión se consolidara han contribuido, no solo los sistemas educativos, sino también una tendencia a la simplificación que caracteriza al sentido común del pensamiento dominante. Pero no por enraizada y persistente que sea esta manera de ver las cosas es verdadera. Porque bien sabemos que la acción de los individuos en la historia no la determina. Sus actos personales pueden ser cabalmente comprendidos solo en el marco de los grandes movimientos sociales en que los actores son colectivos.
Desde luego que es un error pensar que las sociedades se mueven por fuerzas impersonales, mecánicas, neutras. Pero también es incorrecto “personalizar” los grandes movimientos . Con ello no entendemos la realidad, ni siquiera a los propios personajes a quienes se adjudica protagonismo determinante. Por eso debemos acercarnos al proceso de independencia tratando de hacer confluir en su análisis el conocimiento de los personajes, con las condiciones generales de la sociedad latinoamericana que les tocó vivir.
Lo afirmado apunta fundamentalmente a que debemos profundizar nuestros esfuerzos por comprender mejor la acción de los protagonistas colectivos de las independencias. Y para ello la reflexión sobre el 2 de agosto es básica, ya que en ese día el pueblo quiteño, los barrios, la plebe, irrumpieron en la escena histórica para defender las vidas de los actores de la revolución de 1809.