Un acto de justicia

Este 19 de febrero, la Academia Ecuatoriana de la Lengua rindió homenaje justísimo a Simón Espinosa Cordero. Mientras Quito se quema bajo un sol de justicia, el acto fue respuesta a la vida de entrega, de bondad y sabiduría de este varón eminente, ecuatoriano de Cuenca, humano, noble y sabio en su vida sencilla entregada a pensar en los demás, a escribir sobre los otros, a buscar para la patria buena un destino menos indigno del que, con raros paréntesis, ha vivido hasta hoy.

He aquí unas líneas bellas y justas del discurso del embajador José Ayala Lasso, esa inolvidable noche: “Una de las características sobresalientes de Simón es su espiritualidad, la convicción profunda que late en sus certezas y sus dudas acerca de la trascendencia de la vida y el significado de la muerte. Hay en todo esto un misterio que el hombre no ha podido aún resolver y que, hasta donde podemos pensar, es irresoluble. Pero, como lo hacía Erasmo, sus luchas contra el demonio del escepticismo lo llevan a fortalecer su fe en la humanidad, cuyas intimidades explora con afilado bisturí y, después de denunciar las impurezas y mentiras encontradas, vuelve sus ojos al misterio de Dios.

Nos dice que el Fiat Lux que puede ocurrir en el corazón de cada ser humano es un regalo que da nacimiento a la esperanza. No todo cristiano es hombre de fe. Pero muchos de ellos a través de sus neurosis, egoísmo e incongruencias, empujados por el don, buscan y encuentran fortaleza para levantarse, perdonar y perdonarse y comenzar otra vez la lucha… el camino de la salvación espiritual pasa indefectiblemente por el hombre. Así intuido el misterio, deja de ser alienante”.

“Por mi parte, quizá dije lo mismo con estas palabras iniciales: “Quiero y debo decirlo: la común admiración a Simón Espinosa que nos reúne esta tarde, el cariño por él, –el mío se ha ido cocinando a fuego lento- tienen razones tan diversas como somos diversos cada uno de nosotros. Y pues me propongo exponer las causas que me han hecho apreciarlo, respetarlo y quererlo profundamente, y enorgullecerme de cuanto nos une, confieso que esas razones no fueron ni su inmensa tarea periodística ni su sabiduría y lucidez crítica ni su lucha por encontrar la verdad para todos, en una patria que nos sustrae lo mejor de su pueblo, y nos descubre ángulos tremendos de los cuales solo extraer desesperanza; tampoco se basa mi aprecio en su poderosa personalidad, pues quizá no lo es tanto: Simón tiene un insoslayable hálito tímido que a menudo más bien nos enternece. No.

Mi razón es más sencilla, pero más exigente. La arriesgo en pocas palabras: admiro en Simón su aptitud poética para mirar la vida. Su conocimiento inteligente henchido de sensibilidad y compasión, y bruñido por la experiencia es caudal interior poco común y razón de la noble riqueza de su personalidad”.

Intervinieron doña Lilián Álvaro y el propio Simón. Sus palabras merecen artículos que vendrán.

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