La muerte anida en el rincón más insospechado. Bien puede sorprendernos en medio de un sueño nocturno, de forma plácida y hasta sensual, o atraparnos en una espiral violenta de fierros retorcidos e imágenes centrífugas. Puede ser brutal o compasiva, indulgente o vengativa, pero siempre, tras su llegada, quedará abierta una trocha de dolor e interrogantes de difícil sanación y respuestas imposibles.
Cuando sobreviene de pronto, sin premeditación ni aviso, como una marejada de tinta negra, se amontonan en el alma los sentimientos más variados: la tristeza, por supuesto, y adosadas a ella el desconcierto, la impotencia, la rabia o la desazón. Y mientras la nostalgia va tomando cuerpo, habitándonos, especulamos con aquello que no fue pero pudo ser. Entonces solemos desafiar al destino, encarar a los dioses y desacreditar sus misteriosos designios, solemos cuestionar y negar, especular y dudar, pero es muy difícil que la lleguemos a aceptar.
La muerte distante puede llegar a estremecernos, pero se disipa pronto como la niebla en una ventisca; sin embargo, la muerte próxima nos asesta una puñalada cuya herida no suele cicatrizar del todo. Los últimos días la muerte se ha hecho presente. El trágico fallecimiento del Chucho nos golpeó a todos. A los que somos fanáticos del fútbol porque seguimos su carrera con admiración y orgullo, pero igual que a la gran mayoría, también nos golpeó por lo injusto e incomprensible que resulta la muerte de un joven deportista en plena actividad. También murió un amigo cercano, Rodrigo, colega y compañero, cómplice de letras y juergas universitarias. Se fue de forma intempestiva, sin tiempo para un adiós. No alcanzo a comprender el dolor que sentirán sus allegados, un dolor sin antídoto. Imagino cuántos porqués brotarán de los labios de sus hijos para caer en un pozo vacío; los imagino tan pequeños e inocentes que pronto olvidarán su pesar -el de su entorno-, abandonándose a los juegos y a las risas de la vida diaria.
Sartre describió a la existencia humana como: “Una chispa entre dos nadas”. ¿Así de frágiles somos, así de intrascendentes? Quizá sí, los últimos días nos han demostrado lo efímera que es la vida. Sin embargo, me aferro a la posibilidad de que ésta continúe en un espacio distinto, en una dimensión diferente, y que alguna vez volvamos a vernos, con Rodrigo para hablar de libros, con el Chucho desde una tribuna lejana para gritar sus goles.
Qué difícil resulta aceptar la muerte. Para los que seguimos con vida, algo distantes, estos seres inasibles y volátiles, acentuarán su presencia en nuestros recuerdos, en el dolor, en las lágrimas de hoy, incluso en las prolongadas ausencias que nos asaltarán alguna vez. Pero los coletazos de la muerte azotarán siempre a sus allegados con vacíos inmensos y soledades insoportables.