Hay indicios de que los gobiernos llamados del “socialismo del siglo XXI”, Venezuela, Bolivia y Ecuador, conozcan pérdidas de reconocimiento y los populares Rafael Correa y Evo Morales estén perdiendo la aceptación de los años anteriores. Aunque siguen con amplias posibilidades de volver al poder.
Venezuela vive su propia desgracia interna y es imprevisible su situación. En Bolivia y Ecuador, las elecciones seccionales, a pesar de no ser lo mismo que las nacionales en las que pesa la popularidad de Morales y Correa, no dejan de indicar que el partido gobernante pierde peso mientras la oposición se reconstituye. En los dos países, también en Venezuela, el contrapeso al enorme poder del Gobierno central y su partido pasa a los gobiernos seccionales, intermediarios o locales. Ello a pesar de que aún queda la legitimidad que les dio la inmensa capacidad de gasto fiscal con los excepcionales precios de las materias primas, lo que les permitió, en nuevos ricos, ganarse favores de popularidad con grandes gastos en propaganda y clientelismo.
Estos cambios electorales y en la aceptación presidencial pueden ser parte de la usura del poder. Sin embargo, en Bolivia y Ecuador se perciben ya otros aspectos muy reveladores del sistema que estos gobiernos han creado. Buena parte de los ganadores locales son disidentes del Gobierno. Hay una disputa de élites y la oposición se reconstituye así disminuyendo a los partidos gubernamentales que copan todo; al contrario, políticos y electores reaccionan contra ello. Los perdedores gubernamentales son en parte gente acusada de corrupción e ineficacia. La corrupción es una gangrena, de la cabeza a los pies de los gobiernos que concentran poder, con tanto recurso y casi sin control. Por lo general, la corrupción acaba con su prestigio. La ineficacia también llega fácil con esos nombramientos a fieles al Presidente o al partido, no escogidos por sus competencias. Falta de personal político no es rara en este tipo de gobiernos, que se centran en ganar poder.
Correa y Morales presionan al electorado con un primario clientelismo de grandes promesas si votan por ellos y carencia de recursos si votan por la oposición, este “paraíso con nosotros o infierno con la oposición” crea reacciones en su contra en el electorado mejor formado.
Hay así descontentos con el modo de ejercicio del poder, ahora afloran, y permiten volver a la dinámica más pluralista de estas sociedades, en que varios partidos y oposición social han sido parte de sus democracias débiles en instituciones. La tentación autoritaria tiene ahí un límite. El cambio del escenario económico puede llevar a reducir más la aceptación presidencial y que se mezcle con estos fenómenos que ya están bien establecidos en los hechos y en las conciencias ciudadanas. Un ciclo político parece llegar al fin de su auge, pero su declinación es imprevisible.