Hoy no es un día más de la revolución. Hoy se resuelve si se ejecuta la sentencia contra diario El Universo y sus directivos y se confirma quién mismo es el presidente Correa. A partir de hoy se lo recordará como abusivo o como cuentista.
El Presidente tuvo un objetivo evidente al presentar la querella contra El Universo: sentar un precedente que acalle a la prensa, que evite que algún osado meta sus narices en los temas comprometedores del Régimen.
Plantear una querella fue una idea acertada para los fines oficiales, aunque nada novedosa y con un grave error de cálculo. Nada novedosa porque la utilización de una amenaza para influir en la conducta de la gente es milenaria y subsistirá incluso más tiempo que la revolución. El error no estuvo en el qué, sino en el quién y en el cuánto.
Una cosa es que un padre amenace a su hijo con dejarle encerrado toda la tarde en su habitación si no se acaba el almuerzo; otra es que le diga que le cortará la mano si deja una miguita sobre el plato. En caso de que el hijo no obedeciera, el segundo escenario se convertiría en un problemón para el padre, por dos razones: si le corta la mano, será un padre abusivo; si no se la corta, perderá credibilidad y las apuestas apuntan a que el hijo tampoco se acabará la próxima comida.
En esa situación se encuentra el presidente Correa en este momento: si los jueces ratifican la sentencia contra el diario y sus directivos, aquí y en el resto del mundo se hablará pestes de semejante abuso y llegará la correspondiente factura a la popularidad del Presidente; si, por el contrario, se absolviera a los acusados, el Presidente será visto como un vil cuentista que a la hora de la verdad no ejecutó su amenaza. A fin de cuentas, en un país donde el jefe de la función Ejecutiva es, por obra y gracia de un referéndum, también el de la función Judicial, resulta inverosímil que los jueces resuelvan algo que contradiga el deseo de ese jefe.
El error del Presidente no fue presentar la querella. Tres meses de Emilio Palacio tras las rejas hubieran bastado para que el resto de periodistas y columnistas se callen. El error estuvo en incluir al diario y a sus directivos en un juicio por un artículo de opinión y, por supuesto, en la desmesurada suma de la indemnización y el disparatado número de años que se privaría de su libertad a los señores Pérez. Tres años de cárcel por no haber censurado un comentario suena igual a un padre que le corta la mano a su hijo por no acabarse la comida.
Para no tener que esconder la mano el momento de cumplir su amenaza, el Presidente debía fijar un castigo aceptable. Así, no hubiera tenido que andar prácticamente rogando que le pidan perdón durante estas últimas semanas, y ahora no tendría que elegir entre ganarse una reputación de abusivo o una de cuentista.