¿Se imaginan que el Ecuador fuera en realidad una República? Es decir, un país en el que los políticos le rindan cuentas a los ciudadanos, en vez de que los ciudadanos estemos sometidos a los vaivenes y a los caprichos del poder (de turno). Un país en que los asuntos públicos (en particular los presupuestarios) se manejen con transparencia y con responsabilidad. ¿Se imaginan ustedes que los políticos fueran racionales y deliberantes? Es decir, que tomaran decisiones medianamente sensatas y por el bien del país, en vez de hacer cosas descabelladas, y de que todas las decisiones sean para engordar sus bolsillos y los de sus amigotes. ¿Se imaginan también que Ecuador fuera considerado y respetado a nivel internacional? Es decir que los asuntos del país no siempre salgan en las primeras páginas de los periódicos cuando haya golpes de Estado, asonadas, motines o noticias folclóricas o para los anales de lo burlesco. O que las noticias sobre el Ecuador en la prensa se relacionen con nuestro apoyo a insólitos dictadores, o a nuestra indiferencia hacia los crímenes de lesa humanidad y masacres, con la excusa inaudita de la soberanía y la dignidad. ¿Se imaginan que Ecuador fuera un país verdaderamente democrático, en el que se respetaran las opiniones y las visiones distintas? ¿Se imaginan que tuviéramos una Asamblea Nacional independiente, que sirva de verdadero contrapeso al Ejecutivo? Es decir una Asamblea que no haga de alfombra de los antojos del poder absoluto y que dicte leyes medianamente cuerdas.
Un país así nos aburriría hasta el hartazgo. Claro, es que nos quitarían el caramelo de la boca: la política de la farsa y de lo festivo. No tendríamos de qué hablar en las reuniones sociales. No tendríamos tema de conversación en los ascensores. ¿Qué nos haríamos sin los diputados/asambleístas que se agarran a golpes o que se mentan la madre? ¿Qué nos haríamos sin nuestros propios políticos rocambolescos, amantes de los discursos vacíos y ardorosos, protagonistas estelares de escándalos y atracos? ¿Con quién reemplazaríamos a nuestros dudosos padres (y madres) de la patria? ¿Para qué prenderíamos la tele, sino para ver y escuchar sobre peculados, investigaciones sumarias, comisiones que simulan investigar, partidas presupuestarias que desaparecen, contratos fraudulentos, sobreprecios y simulaciones, glosas y órdenes de prisión? Claro que siempre podemos conversar de fútbol, de lo loco que está el clima y de la más reciente epidemia de gripe, pero nos aferramos a nuestros anti-estadistas, a nuestras propias y pintorescas costumbres políticas. Me temo, damas y caballeros, que seríamos muy malos suizos, que nos hastiaríamos a punta de bostezos y suspiros.