Déjenme contarles cómo se entabló esta reflexión, no exenta de timidez: tengo anotados refranes y dichos de diversos tiempos que quiero entregar en mis artículos: tienen sabor y saber; son simples y evidentes, como el pan. En muy primer lugar estaba, entre ellos, una sentencia llena de gracia y de razón aunque de significado relativo, como todo en el mundo. Al comenzar a desgranarla, se me escapó de las manos, como un gazapo o conejito nuevo al que, para agarrar y situar en contexto, dediqué mi atención.
Así: líbrenos Dios de los economistas, de los matemáticos a ultranza, de los científicos positivistas, de los que agotan en los resultados experimentales y en estadísticas, el sabor y el saber del mundo. Que estén alerta los politécnicos y los especialistas, pues de ellos Ortega predijo que serían ‘los bárbaros de nuestro tiempo’ si la idea falaz de agotar con sus nociones el conocimiento de alguna área de la realidad los vuelve vanidosamente cerrados para cuanto se halla fuera de su dominio.
Aunque esta no es prevención que ha de aplicarse solo a nuestro tiempo: he aquí la sentencia aludida, procedente de la Edad Media, la de señores feudales, trovadores y poetas; de murallas, puentes, castillos y monasterios; de filósofos, de monjes copistas de textos que dejaban su salud en la prolijidad de su labor incansable de transcripción de antiguas obras; ellos difundieron por la historia una frase que dice en latín “Purus matematicus, purus asinus”, de traducción tajante: ‘matemático puro, asno puro’.
Quienes la esgrimen en contra de tantas pretensiones de exactitud estiman que el que solo sabe de matemáticas no sabe nada de nada. Sin llegar a este extremo, digamos que tal frase proverbial de la larga Edad Media, al parecer, de origen escolástico, indicaba el error del docto que, considerando que todo es contable en el mundo, ponía la capacidad de ser numerable como la característica fundamental de seres y cosas, por encima de las cualidades que distinguen cada objeto, por indiferenciado que aparente ser respecto de sus similares.
Y que nadie diga ‘de esta agua no beberé’, porque en el ámbito de la cantidad radica la mayor parte de sueños e ilusiones de nuestro tiempo: la ambición aspira a la cantidad, tal como la necesidad real o la codicia; la crisis que vive el mundo es crisis de cantidad: el dinero es la ‘medida’ de la existencia de casi todos. La medida, no el valor, condición que hace estimable algo en su esencia, no en su superficie; que trasciende la apariencia, que es el sentido último de cada realidad.
Pero recordemos que la matemática pura se toca, en su cima, con la poesía: que el número es armonía, música y misterio y que toda ciencia aspira a la formulación matemática, aunque la matemática total, como el arte, como el asno humilde de Sancho, como el coronel, no tenga quien le escriba…