La zona se llama Houla, y está prohibido olvidarlo (¡esta vez va en serio!), pues es el nombre que lleva la ignominia humana. Era el 25 de mayo, en este lugar olvidado de Siria, cuando un estruendo se escuchó. Era el fuego desatado por tanques y fuego de mortero que empezó luego de un ataque de las fuerzas rebeldes. Antes del atardecer, hombres armados en uniforme de combate y otros vestidos de civiles entraron con violencia en los pueblos. Movieron a las familias de casa a casa y abrieron fuego contra todo lo que pudieron.
Luego vinieron por el resto y no quedó alma con vida para contarlo.
La masacre mató a 108 personas e incluyó a 49 niños.
Se estima que la guerra civil en Siria ha cobrado ya 12 000 vidas y con la masacre ocurrida, es una de las guerras civiles más cruentas que ha visto la humanidad.
13 países del mundo incluyendo el vecino de Siria, Turquía, expulsaron a los diplomáticos de ese país condenando la matanza. Mientras el mundo se unió en una voz unánime de protesta y consternación frente al uso de la fuerza contra la población, el Ecuador hizo mutis por el foro.
En un acto que, otra vez, produce vergüenza, indignación y dudas, el país decidió la comodidad del avestruz: que nada se sepa de la matanza. Abstenerse ante una resolución de la ONU para que una comisión internacional independiente investigue a fondo los sucesos en Houla y que los responsables respondan por sus actos de lesa humanidad. La resolución que fue aceptada por 41 votos, tuvo en contra China, Rusia y Cuba, junto a la abstención de Uganda y Ecuador.
No correrá mucho tiempo, hasta que se racionalice el cobarde silencio diciendo que fue una muestra más de la soberanía que Ecuador preconiza, que el régimen de Bashar Asaad es una suerte de “democracia alternativa” y que la ONU ejerce una tiranía mundial contra los regímenes progresistas del mundo.
Este gobierno que decía defender los derechos de los desprotegidos, intenta minar las instituciones que promueven la gobernanza global y por acción y omisión se pone del lado, una y otra vez (no olvidemos el caso de Libia) de los regímenes que atropellan letalmente la vida de sus ciudadanos. Los alineamientos y silencios cómplices no son hechos aislados sino el modus operandi de nuestra diplomacia remozada.
Qué indigna y aberrante resulta esta “abstención” ante una tragedia abominable. Para los lectores que aún sienten furia como yo, vale preguntarse: ¿Qué parte de que somos “soberanos” (léase que nadie intervenga en tiranías propias y ajenas) no entendemos? ¿Se nos escapa la influencia que Irán y China – aliados económicos y militares de Siria – ejercen sobre nuestro país? ¿Olvidamos la lealtad que se debe guardar con los amigos del círculo de confianza y sus socios?