Entre los muchos relatos relacionados de una u otra manera con la búsqueda del avión malasio desaparecido hace varias semanas, hay uno que me ha llamado poderosamente la atención. Es aquel que cuenta de las enormes acumulaciones de basura humana flotante, que dan vueltas en enormes círculos llamados “gyres” en inglés (de cuya palabra no he encontrado equivalente en español), uno en el océano Índico, dos en el Atlántico, dos en el Pacífico.
Yo hubiera pensado, en mi profunda ignorancia, que todo lo que cae al mar se va al fondo, tal vez, en ciertos casos, luego de flotar un poco, pero no mucho. Sin embargo, nos encontramos con este fascinante fenómeno de la permanencia en la superficie de incontables millones de toneladas de basura, artículos del diario vivir que fueron deseados, adquiridos, usados y descartados, quién sabe con cuánto sentido de necesidad, habiendo brindado cuánta satisfacción. Se quedan, aunque la expresión parezca contradictoria, absorbidos por la superficie.
Eso también sucede en muchas sociedades humanas. Muchos nos enfocamos solamente en lo trivial, lo anecdótico, el día a día. Cuando hablamos de política, por ejemplo, nos preguntamos si una nueva disposición nos conviene, en cuyo caso es buena, o no nos conviene, en cuyo caso es mala, sin complicarnos con pensar que si la disposición es socialmente necesaria, es buena aunque nos incomode. O nos peguntamos quiénes serán los candidatos en las siguientes elecciones, o quién será el próximo Ministro, pero no pensamos si realmente queremos vivir en democracia, si la nuestra es o no una verdadera democracia, si “democracia” significa solo la elección de autoridades o si tiene otros significados más profundos, si las autoridades que elegimos son, o no, quienes deban resolver todos nuestros problemas. Nos quedamos absorbidos por la superficie. No “atrapados”: ésa es palabra apropiada para describir a quien quiere salir, pero no puede.
No, no estamos atrapados. Estamos absorbidos: lo superficial nos absorbe, nos atrae. Antes de ser famoso por su trabajo en el campo de la Inteligencia Emocional, Daniel Goleman publicó un libro cuyo título en inglés (el libro no ha sido traducido al español) dice “Verdades simples, mentiras básicas”. Es una exploración de la a la vez fascinante y aterradora tendencia humana al autoengaño, al evitamiento de las verdades básicas -por ejemplo, para citar solo una de muchas verdades indignantes, que un setenta por ciento de mujeres en el Ecuador sufre alguna clase de acoso sexual- para no pensar sobre causas, responsabilidades o soluciones, ni tener que hacer el serio esfuerzo por romper nuestros “gyres” mentales.
Y luego, fieles a esa nefasta tradición, cuando todo empieza a descalabrarse como en Venezuela o en Argentina, comienza la búsqueda de a quién culpar.