En estos tiempos [de furia] todo tiene que ser absoluto, radical, total. Es que, claro, no debe quedar títere con cabeza. La gracia de todo esto es que no puede haber espacio para las zonas grises: o estás conmigo, con mis causas y temas, o estás del otro lado del río y eres mi adversario sin ambages y tarde o temprano caerás en desgracia o, qué mejor, en los reinos del ostracismo. De ser este el caso me reservo el derecho a demolerte, a triturarte, de echarte encima toda la maquinaria de la patria.
Tampoco es lícito -o conveniente- que haya medias tintas: debemos llevar todo (y a todos, por supuesto) al extremo, poner al competidor contra las cuerdas (y seguir golpeando) y empujarlo fuera del cuadrilátero. Si fuera necesario -casi siempre lo es- se debe aplicar sin discreción toda la fuerza de la degradación, de la vergüenza, de la deshonra en plena plaza pública. En este aspecto tampoco conviene que haya benignidades ni calorcillos: es preciso que todo sea cinematográfico, de enorme escala, grandilocuente.
No hay lugar para tibiezas, ni para términos medios. La disidencia debe ser atenazada con todo el peso de la ley, para sentar ejemplo, para que no quepa posibilidad alguna de oposición. Solamente debe primar lo absoluto, lo incondicional, lo categórico. Cualquier amago de disidencia o de diferencia deberá ser diluido de inmediato, antes de su germinación, incluso antes de su misma gestación.
Todo debe ser llevado a extremos, de una forma en que existan solamente partidarios ciegos, obedientes y no deliberantes, que reciten los catecismos nacionales, o enemigos a demoler. No deben quedar vestigios de moderación (y esto es fundamental). No debe haber ni siquiera restos arqueológicos de ponderación o mesura, de ninguna clase. Es de la esencia que todo sea radical, medular, cardinal y hasta las últimas consecuencias. Se debe privilegiar el histrionismo, hay que fusilar al sentido común (de espaldas, con los ojos vendados y sin derecho al último cigarrillo, para que no quepa duda), a la cordura, a la prudencia y cualquier cosa que se parezca a la sensatez. Que no haya espacio para la moderación (y peor para la mesura, no se engañen). Todo debe ser llevado al extremo, a tensar la cuerda se ha dicho. La política debe ser absolutamente espectacular, llena de luces y colores, fuegos artificiales y piroclastia. Todo debe ser grandioso, elefantiásico, más allá de lo simplemente faraónico. Todo debe tener impacto, para que nadie quede en la indiferencia, para generar polarización, para transitar por las antípodas. Todo debe basarse, claro, en lo antagónico, en la crispación y en la creación y reproducción constante de opuestos y hostiles. Es necesario, además, que todo sea absorbente, que todo sea asfixiante, que todo sea irrespirable. Hay que circular siempre por los contornos del abismo, apostar todas las fichas, comer la carne cruda.