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El aborto suscita pasiones, pequeñas y grandes mentiras, en particular en los que en el siglo XXI no quieren ver que la sociedad cambia y las condiciones exigen políticas públicas que no necesariamente coinciden con sus creencias.
Diferenciar lo uno de lo otro es parte de la laicización de la religión que en siglos, luego de cruentas guerras y conflictos religiosos, ha construido Occidente en distancia del dogmatismo tan bien retratado con la Inquisición. Sin embargo, sectores conservadores se refugian en sus creencias para no ver las necesidades sociales, rehúsan el presente, prefieren encerrar a la razón.
El papa Bergoglio con su declaración sobre el aborto modifica uno de los dogmas y tiene múltiples implicancias, implícitas, sobre la visión de la vida, los derechos de la mujer a decidir sobre su cuerpo, la vida social y la política. Sus efectos tardarán en llegar pero millones de mujeres católicas en América Latina sentirán un alivio inesperado.
La decisión de la autoridad católica es muy hábil al “despenalizar” a la mujer que aborta y al médico que lo hace, sin entrar en el tema mismo del aborto. Los hechos pesan más que el regreso a este tema. Usa su voz autorizada sin cambiar el derecho canónico.
Es una lección para presidentes latinoamericanos que ahora siguen al Vaticano y en lugar de proyecto político e ideas, se refugian en el catolicismo más conservador, el de los santos y vírgenes, de los ritos y ceremonias, sin moral alguna, paralelamente al cínico uso político de la religión para ganarse votos. Los que se reclaman de la izquierda, como Correa o Maduro u Ortega, e intensifican el conservadorismo en la sociedad, ¿podrán ahora escudarse en la religión para no liberar las sanciones contra el aborto que hace padecer a millones de mujeres y traen al mundo vidas a la pobreza, frustración y sufrimiento?
No es con esta medida que la religión católica hace la transformación que debería tener para crear una religión que salga de su concepción aún de la edad media, tan llena de un dios poderoso, de ser un rey, de ser cotejo del poder, de ese sacerdote con todo poder de decir lo que verdad es, y de negar el derecho del yo, de la persona a decidir. Pero el papa Bergoglio hace cambios que algo modernizan esta religión. Unos aprecian su crítica a la desigualdad social y a la pasión por más riqueza que muchos católicos y el clero viven. Por ahora es un discurso simplemente evocativo.
También, ya era más que hora de sancionar a pederastas numerosos en su clero, curas u obispos. Pero no hay el mismo trato para tanta mujer, niñas o adultas, que han sido objeto de acoso y violaciones por un clero masculino todopoderoso. La discriminación de la mujer casa adentro en el Vaticano sigue en el XIX, persiste en el machismo primario de querer controlar el cuerpo de la mujer. Esto del aborto ¿es una puertita que a lo mejor se abre?