La mayoría correísta en la Asamblea aprobó un paquetazo constitucional en diciembre de 2015: 15 modificaciones; entre ellas, la reelección indefinida para las autoridades elegidas con el voto popular. Ese cambio exigía una reforma constitucional y, por tanto, el pronunciamiento de los ciudadanos en las urnas; sin embargo se lo pasó bajo la figura de enmienda.
La fuerte oposición en las calles a esa modificación que impulsaron los asambleístas de conducta ovejuna para favorecer a Correa, determinó postergar la vigencia de la reelección indefinida hasta después de los comicios de 2017.
En regímenes presidencialistas con la tradición de caudillismo y populismo y la debilidad institucional de muchos países de América Latina, la reelección indefinida es un acto monárquico, en palabras de José Mujica. La alternabilidad resulta esencial para la construcción de la democracia. La experiencia muestra que la reelección desata las ansias de perpetuarse en el poder; este, como la más peligrosa droga, posee un carácter adictivo. Los mandatarios del socialismo del siglo XXI revelaron su predilección por la reelección indefinida. Pero no solo ellos. Otros políticos, de tendencias diversas – Alberto Fujimori en el Perú o Álvaro Uribe en Colombia-, exhibieron sus apetencias por permanecer en el poder y propusieron para ello cambios constitucionales.
Una lección de los últimos 10 años en el Ecuador es que la reelección presidencial consecutiva alienta la corrupción: en el plano político, induce a que el grupo gobernante se aproveche del poder para inclinar en su beneficio la cancha y los jueces electorales; y, en el manejo de los recursos del Estado y la contratación pública, debilita los mecanismos de control hasta hacerlos desaparecer. El desequilibrio que crea la reelección indefinida es aún mucho mayor. Por el contrario, la posibilidad de alternancia en el ejercicio la Presidencia de la República ayuda a desarrollar el sistema de pesos y contrapesos para la fiscalización propia de los regímenes democráticos.
Urge una consulta popular que, entre otros cambios, ponga fin a la aberración monárquica de la reelección indefinida. Una fórmula adecuada sería permitir la reelección no consecutiva solo por una vez y prohibir sin excepciones postularse para la Presidencia por un tercer periodo. Esta modalidad respeta el principio de alternabilidad democrática, posibilita fortalecer las instituciones, desalienta el caudillismo y constituye una eficaz cura para el síndrome de abstinencia, es decir, para “la reacción provocada por la reducción brusca de una sustancia de la que se tiene dependencia como el azúcar, al alcohol, la droga…o el poder”, a la que se refirió el presidente Lenín Moreno en alusión a su antecesor.