Pocos meses duró la alegría que proporcionaron los mercados petroleros mundiales. Otra vez se dio la vuelta esa ruleta rusa que, con insistencia de mejor causa, ha marcado casi de manera implacable el destino de la política económica y el bienestar de toda la colectividad. Regresan los tiempos de estrés, que en esta oportunidad coinciden con la dispendiosa temporada de fin de año, que por esa misma razón acumula pagos de manera singular.
La volatilidad de los mercados de materias primas (parecen tener un genio inaguantable) y la imprevisibilidad de contar con un aliado externo de valor singular vuelven a levantar preocupaciones sobre el futuro inmediato.
La balanza de pagos por enésima vez recibe el impacto mayor. Al hacer las cuentas del bodeguero, si el promedio del precio del petróleo nacional cae 10 dólares, frente al obtenido en este año, el impacto anual en las exportaciones será USD 1.400 millones (140 millones de barriles se exportan al año). Y si este desplome llega a lo que parecería ser, es decir a no menos de 15 dólares, el hueco esperado estará bordeando los USD 2.000 millones.
Algo se compensará con el futuro impacto en los precios de los combustibles que importa el país, pero esta nueva (ya conocida) brecha se añade al déficit crónico que tiene la balanza de capitales (lleva varios años de persistente vigencia y no parece rendirse), cuya salida neta de divisas (a pesar, o mejor, con el apoyo del deformante e inconsulto ISD) es el principal, aunque no único problema de la realidad actual.
Y sin una balanza de pagos que ofrezca seguridad, la posibilidad de mantener una economía activa y estable es muy baja, casi inexistente. Aparecen o reaparecen los temores, las dudas. Los agentes económicos toman medidas preventivas, se cuidan, postergan iniciativas, actúan defensivamente (se parecen al catenaccio italiano), con lo cual el impacto de este frío aire externo encuentra un aliado congelante interno.
Por supuesto, esta descripción sencilla, parcial, deliberadamente limitada, de una parte del cuadro macroeconómico no tendría valor mayor, o por lo menos perdería su pedestal si las reservas internacionales estuvieran en un nivel de mayor conveniencia. Pero, esa no es la realidad. Ahora transitan por un nivel demasiado bajo (hay poca plata) para ofrecer continuidad de las actividades nacionales.
No hay país en el mundo, salvo los que emiten monedas de curso internacional, que funcionen con pocas reservas. Son el amortiguador necesario de estos vaivenes inevitables, que suavizan los ciclos, reducen riesgos, tranquilizan los mercados y mejoran el financiamiento. Por eso hoy la reconstrucción de reservas ocupa el sitio de honor.