@GFMABest
En su ‘Tratado de la brevedad de la vida’, Séneca decía que tenemos tiempo suficiente para hacer cosas importantes durante nuestras vidas, pero que ese lapso siempre nos parece corto porque muchos de nosotros no sabemos en qué consiste vivir.
Perdemos el tiempo infamemente dedicándonos a trabajos inútiles y serviles o preocupándonos por cuestiones sin importancia, como el éxito y la fortuna de los otros. Hacemos todo esto porque vivimos como si jamás fuéramos a morir; como si tuviéramos todo el tiempo del mundo para desperdiciarlo, argumentaba aquel filósofo.
Si entendiéramos que la muerte está más cerca de lo que pensamos usaríamos mejor ese tiempo finito del que disponemos y nos dedicaríamos a hacer las cosas que consideramos prioritarias. La vida puede ser bienaventurada, decía Séneca en otro de sus tratados, pero para ello necesitamos vivir sabiendo que moriremos pronto.
Esta verdad profunda de la existencia humana la han experimentado diariamente las voluntarias, médicos y enfermeras de la Fundación Amigos Benefactores de Enfermos Incurables (ABEI), que ahora cumple 50 años de vida institucional.
Para trabajar con enfermos incurables se necesita templanza. No es fácil mantener la calma y el buen ánimo mientras se es testigo del deterioro físico de pacientes que han perdido toda esperanza de recuperación.
Al dolor físico del enfermo a veces se suma el dolor moral de esa persona que está muriendo sin haber enmendado errores graves o sin haber resuelto asuntos importantes. Los médicos y enfermeras del ABEI atenúan ese dolor físico con terapias y medicación, mientras las voluntarias alivian ese peso moral escuchando al enfermo y cobijándole con cuidados y cariño.
En todos los pacientes del ABEI están patentizadas la brevedad y la fragilidad de la vida, pero también su grandeza. Por ejemplo, una voluntaria me contó que a pesar de la inminencia de la muerte –o tal vez por eso mismo– muchos enfermos se vuelven más sensibles a la condición de los otros. Intuyen si esa otra persona la está pasando mal e intentan, ellos también, devolver la atención y el cariño que han recibido.
Muchos pacientes se dedican a leer, a pintar o a otra actividad manual que les permita esperar con dignidad su día final. Como si fueran designios del destino, muchos mueren a días seguidos. Es difícil no experimentar desazón o contrariedad por esas muertes, me dijo una voluntaria, pero al final nos queda el consuelo de que ayudamos a esas personas a enfrentar sus últimos momentos de la manera más
humana posible.
Durante 50 años el ABEI ha prestado un servicio médico y humanitario invalorable. Lo ha hecho de forma silenciosa y eficiente, como solo hacen quienes tienen una auténtica vocación de servicio.