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45 palabras

Lo que les voy a contar parece mentira, pero no lo es. Lunes 24 de octubre del 2011 en Washington DC: un colega ecuatoriano y yo estamos en la esquina de la 19 y la Q, en el centro de la ciudad. En la vereda del frente, otros dos periodistas ecuatorianos caminan en busca de un lugar donde cenar; ellos, a diferencia de nosotros, trabajan para el Gobierno. Nos reconocemos, nos saludamos emocionados e intercambiamos dos o tres palabras… hasta que sale el tema de la bendita audiencia en la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos y todos nos tornamos cautos, casi lacónicos. Nos despedimos, la noche cae en Washington, falta poco menos de un día para que Gobierno y periodistas den sus versiones de lo que pasa en Ecuador con la libertad de expresión y yo me siento a escribir esta historia…

El día anterior a este encuentro en la calle me topé varias veces en el Newseum (un museo enorme sobre los medios de comunicación y su papel alrededor del mundo) con la idea y hasta el texto de la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. La verdad no reparé mucho en su contenido hasta el lunes al mediodía, cuando Gene Policinski, director ejecutivo del Centro de la Primera Enmienda, empezó a contarnos a 150 periodistas de todo el mundo –reunidos en el salón de un hotel– lo que significa este texto pequeñito, de apenas 45 palabras escrito en 1791, que él promueve y defiende con todo su corazón.

Quien ya sepa de memoria de qué se trata se puede saltar este párrafo; para los que no lo recuerden, la Primera Enmienda es un texto que sucinta y poderosamente defiende cinco libertades básicas del ser humano: de expresión, de prensa, de religión, de petición (es decir de exigir a sus gobernantes que actúen de acuerdo con la voluntad y en beneficio de sus mandantes) y de reunión.

Esto que suena retórico, que casi parece obvio y que penosamente solo se valora cuando no se lo tiene o se está a punto de perderlo, hace la diferencia entre la calidad de vida de Policinski, quien ejerció el periodismo sin preocuparse de que lo pudieran meter preso o asesinarlo por lo que diga o deje de decir, y la triste historia de un colega pakistaní, quien durante el foro del lunes expuso su dilema: seguir reportando las cosas que sabe y, de esta manera, exponerse a que lo maten o maten a su familia, o renunciar al periodismo.

Mientras escribo esto falta menos de un día para que Gobierno y prensa se suban al ring, no sé si a darse golpes bajos o a pelear limpio por lo que cada uno cree que es verdad (¿existe una sola verdad?). Y me pregunto, para qué tanta parafernalia, tanta mala onda, tanta verborrea, cuando un pueblo entero –con las fallas que pueda tener– ha sabido convivir sobre la base de cinco derechos básicos, resumidos en 45 palabras.