El 8 de marzo se enviaron miles de ramos, las tarjetas se multiplicaron en un mano a mano, las palabras salieron ligeras de bocas prestas a rendir alabanza. No creo en el festejo del Día de la Mujer y el show que por él hacen cada año. Ni que debamos desparramar admiración y elogios un día al año para las féminas que nos rodean. Agradecimientos por 24 horas, olvidando las que se suceden una a otra durante 365 días. Ese festejo, como el Día del Niño y de la Madre, es creación del comercio en la búsqueda de la venta de algún producto sin olvidar los clásicos.
El Día de la Mujer inicia el segundo inicial de cada 1 de enero y termina, la última hora de los 31 de diciembre.
La mujer es un ser indescriptible. Es amiga, hermana, profesora, madre, cocinera, abuela, enfermera, abogada, concejal, mandataria, médica, telefonista, recepcionista, alta ejecutiva, trabajadora sexual entre miles de profesiones que ahora son tan de ella como del hombre y, algunas solo de ella, sin que varón alguno los pueda desempeñar. En su vientre inicia la vida y en sus manos se inventan milagros. En sus ojos se lloran lágrimas y en su sonrisa se construye el mundo. En su corazón late la felicidad, con sus pies abre caminos.
Su feminidad es su esencia. Su fuerza empuja generaciones y las cría instándolas a ser mejores. En su piel se dibujan arrugas porque no se permiten fallar a sus hijos y si estos necesitan de sus labores de horas sin fin, lo harán, sin nunca fallar al hogar. El compromiso es su religión. Sus labios cuentan cuentos que mantienen viva la historia de una familia y también la de una nación. Su imaginación y recursividad es interminable. Su espíritu incansable. En su trabajo su responsabilidad es la estrella, su entrega a la vida, su firma. Su marca es simplemente ser mujer.
¿Un festejo de 24 horas? La mujer en cada una de nuestras vidas, sin importar cual sea su posición, merece nuestra mejor entrega y el aplauso diario por su amor. Nuestra admiración por ser la experta malabarista que cuida su hogar y su trabajo, estilo de vida que, en la modernidad, le ha tocado cumplir y del cual no ha escapado. La división entre géneros es una delgada línea que no demarca nada, porque la mujer ha logrado lo que se ha propuesto con gracia, sensibilidad y honestidad. Ha llegado tan alto como ha querido y solo le falta ser la primera admiradora de la mujer. Entre ellas, volver a cerrar el lazo de hermandad para ser indestructibles, ser complemento y no competencia. Un mundo femenino al que recurre la tierra madre para continuar la vida. Solo si aceptamos que somos unas para otras y para guiarnos de experiencia en experiencia para siempre caminar juntas hacia adelante.