Ya todo se ha dicho acerca del 30 de septiembre y sus secuelas. Quizá queda algo por decir acerca de dos temas secundarios: primero el disciplinado espíritu de cuerpo del sindicato de presidentes latinoamericanos que, sin averiguaciones, reaccionó con proclamas, amenazas, cierres de fronteras, acusaciones, viajes y reuniones extraordinarias, para luego desvanecerse en el archivo de los gestos insulsos. En el fondo se delata el temor que tienen de caerse en algún momento y la ilusión de que los demás presidentes sean un recurso de protección.
Tal vez llegue a servir para amedrentar a golpistas aficionados, pero los golpistas profesionales saben que después de los hechos, el griterío diplomático no sirve para nada. A Zelaya no pudieron devolverle ni un minuto de poder a pesar de los temerarios del sindicato dispuestos a ir al rescate aunque fuese Honduras “un buen lugar para morir” y otros belicosos que amenazaban con movilizar tropas. La democracia todavía no inventa un buen mecanismo de autodefensa y el mismo sindicato que actúa con espíritu de cuerpo en contra de los enemigos de sus amigos proclama también con excesiva devoción la “soberanía” como escudo en contra de las intervenciones de los amigos de sus enemigos.
El segundo tema es el derrumbe de tres mitos de la actualidad ecuatoriana. Se cayó el mito del presidente que resuelve todo personalmente con autoridad y eficacia. No solo no resolvió nada sino que provocó todo lo que ocurrió. El segundo mito que cayó fue el de la eficacia en el uso de la publicidad y los medios. Ni supieron “socializar”, como dicen, las compensaciones que dizque daba la ley a cambio de la eliminación de los bonos por ascensos y condecoraciones, ni supieron informar cuando impusieron la cadena “indefinida e ininterrumpida”, sino que reemplazaron un excelente servicio de los medios privados por un desfile de adulones que hacían cola para entrevistas en las que se repetía lo mismo con más o menos devoción. Allí se probó de lo que es capaz la televisión oficial y lo que nos espera si llegara a aprobarse la Ley de Comunicación.
El tercer mito que se derrumbó es el de la democracia participativa. La única participación que valora el Gobierno es la participación con aplausos o como figurantes en las concentraciones de respaldo. No hay posibilidades de ejercer el derecho a la resistencia consagrado en la Constitución, ni el derecho a la opinión contraria consagrado en la declaración de derechos humanos.
Cuando se derrumban los mitos solo quedan dos alternativas: reemplazar los mitos por verdades o crear nuevos mitos para alimentar la fe de la muchedumbre, pero la fe también se desgasta al descubrir que los discursos son para encender pasiones y devociones y no tienen relación con las penosas realidades .