Chester, un french poodle de ocho años, ha enfrentado en su vida dos enfermedades que lo han dejado al borde de la muerte. Foto: Cortesía familia Terán.
Chester es un french poodle de ocho años que ha pasado por dos enfermedades que lo han dejado al borde de la muerte. Su dueño Danny Terán, es el hijo menor de su familia, y junto a su hermano Cristian (hijo mayor), lo describen como una mascota traviesa y bulliciosa. “Aúlla cuando llegas o cuando quiere algo”, cuenta Danny.
A los tres meses de edad, Chester se contagió de moquillo de grado mortal. “Fue bien feo la primera vez que convulsionó”, recuerda Danny. Sus dueños lo llevaron a cuatro veterinarios distintos, los tres primeros dijeron que debían “hacerlo dormir”. El cuarto lugar al que acudieron fue la veterinaria Terrier, allí la doctora del lugar comentó que las probabilidades de supervivencia eran de un 10%, pero que si él quería podían “intentarlo juntos.”
Cristian recuerda que el único que quería continuar luchando era su hermano Danny. Para él y sus padres lo “más humano” era hacer caso a los veterinarios, es decir, dormirlo. Pero Danny no se rindió y junto a la doctora de Chester comenzaron con el tratamiento.
La medicación empezó con jarabes y suplementos, “me tocaba darle de comer en la boca, darle agua con jeringa”, comenta Danny. Chester convulsionaba aproximadamente una vez cada tres horas. El pequeño french poodle era el cachorro más pequeño y el último de su camada. No caminaba, no comía por si solo. “Un día lo deje en su cama en el sol, volví como a las dos horas y hervía porque no se había movido de ahí”, recuerda el hijo menor de la familia Terán Jara.
Pese a que tres veterinarios recomendaron eutanasiar al animal, Chester sobrevivió al moquillo y pudo acompañar a su familia en importantes eventos. Foto: Cortesía familia Terán.
Más o menos al año y medio, Chester comenzó a caminar y a fortalecerse, aunque seguía muy débil. Con el tiempo se fue recuperando pero comenzó a tener tics en la cara y en la pata, algo normal después del daño neurológico que el moquillo le había generado.
Cristian recuerda que “un momento especial fue cuando pudo volver a caminar y se apoyaba en nosotros hasta que vuelva a tener fuerza.” El tic se fue perdiendo en la cara y se asentó en la pata delantera derecha. Hace pocos meses volvió casi imperceptible, sin embargo, le ocasionó problemas de crecimiento y tiene una pata más grande que otra. “Cuando volvió a correr fue muy especial”, menciona el hijo mayor de la familia.
Chester es un perro cariñoso y juguetón “le gusta mucho que le estén acariciando y siempre intenta estar con sus dueños”, comenta Cristian. A veces se olvida que mide 45 centímetros y se junta con los caninos de razas más grandes.
Hace un año aproximadamente, fue diagnosticado con cálculos. Chester en una desesperación por orinar hizo fuerza, creando así que su miembro se ponga eréctil. Los cálculos se le produjeron por el cambio de comida frecuente. Felizmente, para sus dueños y para Chester, con el medicamento se le pasó el dolor. Una vez más tuvieron que cambiarle de comida a la un alimento especializado para trastornos urinarios.
Chester ha llenado de recuerdos a estos hermanos, ya lo conocen y saben que “le encanta poner sus juguetes en su plato de comida”, que sopla la puerta cuando quiere que se la abran, sale corriendo a esconderse cuando lo van a bañar, “cuando le pego a mi hermano o él a mi, nos muerde a los dos”, cuenta Danny.