Sin lugar a dudas, uno de los sistemas que más ha aportado a la seguridad en la automoción es la tracción integral. Esta configuración mecánica no solo permite que los todoterreno se muevan sin problemas por zonas complicadas, sino que también ofrece una mayor estabilidad a los automóviles.
La tracción a las cuatro ruedas nació en 1893 de la mente de un ingeniero británico, quien patentó su propio sistema que además incluía cuatro ruedas direccionales y tres diferenciales. No obstante, la complejidad del mecanismo hizo que su producción masiva fuera inviable para la época.
Años después, en la Expo de París de 1900, Ferdinand Porsche presentó el Lohner Porsche, un vehículo eléctrico que contaba con un motor para cada rueda, pero que al poco tiempo sucumbió ante la reducción del precio de la gasolina, que impulsó la producción de los motores de combustión interna.
Lejos de lo que se podría pensar, la tracción total no nació con los vehículos todoterreno. El pionero de esta tecnología fue el automóvil Spyker 60 CV de 1903. Se trataba de un deportivo biplaza equipado con un motor de seis cilindros.
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Recién a partir de la Segunda Guerra Mundial, la tracción total se ha asociado principalmente a los vehículos todoterreno. No obstante, marcas como la japonesa Subaru mantienen una larga tradición de incluir el sistema de tracción a las cuatro ruedas en casi toda su gama de turismos.
La configuración más usual es la incorporación de un diferencial central que recibe el movimiento del motor a través de la transmisión y reparte la fuerza de giro a los ejes delantero y trasero.
Hoy en día es habitual encontrar varios modelos superdeportivos equipados con tracción integral, debido a la adherencia y estabilidad excepcionales que aporta el hecho de tener cuatro ruedas motrices.
Audi y Lamborghini son dos de las marcas que más aplican este mecanismo en sus modelos de alta gama. En el caso de la alemana, el sistema quattro ha sido probado en el deporte motor.
Fuente: historiasdelmotor.com