Río de Janeiro vive el Mundial. Foto: Marcos Vaca/ EL COMERCIO
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Vale la pena venir a Río de Janeiro así sea obligado por el Mundial. La ciudad está, como dice la brasileña Rossana Fernandes, en constante cambio por lo cual nadie puede decir que la conoce al cien por ciento.
Río de Janeiro es especial. Su mismo aeropuerto tiene el nombre de un compositor de bossa nova, la música que es parte de la bohemia de Río. La terminal aérea se llama Antônio Carlos Jobim (Tom Jobim). Él es culpable de expandir la bossa nova por el mundo con su música: era compositor, cantante, pianista, guitarrista y alcanzó la fama internacional en los años 60.
Río, en una ejercicio de exageración, está orgullosa de su bohemia y eso la convierte en un imán de turistas. Aquí se hace del Carnaval una fiesta de escala mundial.
Las playas pueden ser el pretexto para venir, pero no hay que olvidar que Río fue capital de Brasil y sede de la monarquía portuguesa. Los atractivos principales son el Pan de Azúcar y el Cristo del Corcovado, pero es recomendable caminar por los edificios monumentales y admirar la arquitectura. No hace falta guías, siempre y cuando se tenga claro a dónde ir.
Durante la ocupación de Napoleón a Portugal, la corona lusitana se trasladó a Brasil. La sede de la casa Braganza quedó en Rio de Janeiro desde 1807 hasta 1822.
Por alguna razón las favelas causan curiosidad entre los visitantes a Río. Para el Mundial se reforzó la vigilancia policial en estas barriadas y casi todo el mundo asegura que se siente mayor seguridad, pero al final recomiendan no ir a estos barrios de casas de ladrillo visto, alambres colgantes y calles empedradas.
Si se entra en bus por la avenida Brasil se pueden ver a la distancia las favelas. La avenida Brasil es tan grande que une 39 barrios. El tráfico puede despechar si se llega en horas de mayor afluencia, especialmente se se llega en autobús desde Sao Paulo, que está a unas seis horas si no hay accidentes en la carretera.
El Mundial ha cambiado ligeramente el movimiento en la ciudad. Junio ha mostrado un ingreso de turistas, especialmente de los países que juegan la Copa del Mundo. Los colombianos y chilenos han hecho mayoría aquí y eso ha generado que los precios de alojamiento se incrementen más. Un departamento amoblado se puede conseguir por unos USD 200 la noche y si hay suerte se puede conseguir habitaciones en los hoteles en Copacabana por 250. Los medios han reportado que hinchas de Chile y Argentina han dormido en las playas.
La comida es también cara. Si se tiene paciencia se puede encontrar platos de 15 reales (dos carnes y acompañados), pero se debe conocer lugares precisos. En los restaurantes frente a Copacabana los precios llegan hasta 30 reales (15 dólares) por una picanha y un acompañamiento.
En la playa, un coco con su agua, cuesta 5 reales (USD 2,5) y una cerveza hasta 8 reales (USD 4). Aún así los restaurantes lucen llenos, especialmente a la hora de los partidos más importantes del Mundial. Eso no quita que en la playa la gente viva su fiesta propia, juegue fútbol, nade o duerma. También, a la orilla de las avenidas, hay una ciclovía o espacios para correr; la gente local sigue su vida normal.
Un atractivo especial es la sensualidad de la gente que es contagiada a los extranjeros. Hombres y mujeres, de cualquier condición física, exponen sus cuerpos en la playa. Nada importa, desde cuerpos despampanantes (de hombres y mujeres) hasta unos menos trabajados desfilan por las playas.
Río es una ciudad de contrastes extraños, de olores penetrantes, de paisajes extremos. Río pareciera que no le importa que se juegue un Mundial en sus canchas. Aquí hay fútbol en la playa todos los días y la bohemia está hasta en el nombre de su aeropuerto.