Luto en el periodismo ecuatoriano. Juan Carlos Narváez, apasionado por la crónica deportiva y periodista de EL COMERCIO, falleció el miércoles 16 de septiembre del 2020 en Quito.
Solía llegar con prisa hasta su puesto de trabajo y saludar a cada uno de sus compañeros. Era su sonrisa -apacible, liviana- lo que se desprendía a su paso, antes de comenzar una nueva jornada larga. Es ese uno de los rasgos más luminosos que familiares, amigos y colegas guardan del periodista ecuatoriano Juan Carlos Narváez, quien falleció a los 42 años en Quito, el 16 de septiembre de 2020, tras batallar por meses contra una enfermedad.
Juan Carlos es parte de la historia de EL COMERCIO. Su pluma hiló crónicas de decenas de partidos, textos sentidos en este portal -como lo hace el corazón que late por el deporte-, que fueron componiendo casi 10 años de trayectoria en el Diario. Era equilibrado, sí, aunque disfrutaba registrar las victorias de ‘la Gloriosa’ Liga Deportiva Universitaria de Quito.
Pero no solo escribió sobre fútbol, era, además, un periodista versado en la Fórmula 1, atento a los movimientos de Michael Schumacher -el conductor alemán más laureado de la competencia- y fanático acérrimo del equipo Ferrari.
Como periodista, su trayectoria en EL COMERCIO se destacó como reportero digital, a cargo de redactar crónicas y de elaborar contenidos multimedia y transmisiones en vivo. Riguroso, apasionado por su oficio, puntual.
Un ser humano ávido por la vida; un amigo decidido
Aunque Carlos y Juan Carlos fueron parte de la misma promoción de estudiantes de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador, no llegaron a interactuar hasta que el oficio decidió cruzar sus caminos para convertirlos en amigos y compañeros de fórmula.
Cuando comenzaron a trabajar juntos, Carlos conoció a un ser humano que no solo tenía la ‘sangre liviana’, sino que era un hombre conciliador. Con el tiempo, Juan Carlos se convirtió en ‘El Canciller’, por sus habilidades diplomáticas que -dice, al recordarlo- funcionaban para resolver problemas, incluso si eran externos. Él, en cambio, lo llamaba ‘Campeón’.
Rememora, además, los días que estaban marcados por las apuestas para visionar qué equipo de fútbol se alzaría con la victoria. Aunque Carlos acepta que la mayoría de veces sucumbió, la pérdida se transformaba en un café a media tarde o parrilladas que, con el tiempo, los unieron aún más.
Hincha de la Liga Deportiva Universitaria y seguidor de la Fórmula 1. Así era el periodista Juan Carlos Narváez.
Carlos hace un ejercicio de memoria y se descubren momentos como cuando fue a su hogar y él le reveló la colección de vehículos a escala que cuidaba con sigilo o aquel fin de semana de 2016 cuando se encontraron en la competencia Ironman de Manta y decidió pasarse al hotel de Juan Carlos y madrugaron a las 06:00 para alcanzar a cumplir su jornada.
La complicidad entre ambos se alimentó durante los cinco años que compartieron juntos. Días duros, alegres, pero, casi siempre, llenos de música. De hecho, Juan Carlos pulía una canción -una reversión de El extraño de pelo largo, de los Enanitos Verdes– para cantársela a su amigo. Era una broma entre ambos que hoy queda inconclusa.
En tiempos de covid-19, la pérdida se abraza con memoria y recuerdos. “Ojalá estuviera aquí para tomar un cafecito… porque nos quedan muchas cosas por hablar, por hacer. Es la persona con la que estuve sentado durante cinco años, claro que fuimos muy buenos amigos. Él era un gran tipo, preocupado, a veces enojado, pero un gran tipo”. Ahora, lo recuerda feliz, con la camiseta de su equipo favorito, que vestía la última vez que coincidieron. “Usaba mucho la palabra ‘ataviado’, si lo leen, lo encontrarán. Y así lo vi: ataviado con la camiseta de la Liga, como diría él”.
Juan Carlos conoció el amor y no lo ocultaba. Siempre cariñoso, siempre cuidadoso, con la sonrisa más amplia y el brillo en los ojos, como quien tiene llena el alma. La lucha que libró en los últimos meses hasta su último día de vida la vivió rodeado de su familia, del amor incondicional de su madre y de una mujer que caminó junto a él y que tomó su mano con más fuerza, pese al miedo y la incertidumbre.
Él pensaba que las batallas se combatían de la única forma que conocía: luchando. Esa palabra lo hermanó con sus colegas en cada vigilia que clamaba justicia para Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra. En aquella dura época, en el 2018, su voz retumbó en la Plaza Grande junto a la de sus amigos para reclamar su regreso.
Hay un vacío que late, pero la redacción de las voces que nunca se cansan lo recordará siempre.