Ángela Tenorio practica en la pista Los Chasquis todas las mañanas. Su especialidad es la carrera de los 100 metros. Foto: Alfredo Lagla/EL COMERCIO
‘Nunca habría creído que a mis 19 años iba a correr una Liga de Diamantes. Allá acuden los mejores del mundo. Sí que estoy nerviosa, pero se me pasa y listo”. Ángela Tenorio, la atleta más veloz que tiene el país acudirá el 14 de junio al torneo que se desarrollará en Nueva York.
La Liga de Diamantes, que tiene la organización de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF, por su nombre en inglés), cuenta con la partición de atletas ‘Top 10’ del mundo. Si se buscan símiles en otros deportes, se puede hablar de un Grand Slam en el tenis o de un Gran Premio en la Fórmula 1.
“Es su primera participación. Es una atleta aún juvenil que competirá con las mejores del mundo, hay que tomarlo como una experiencia”, dice Nelson Gutiérrez, su entrenador desde hace cinco años y quien lleva un proceso cuya cumbre está en el podio olímpico de Tokio 2020.
Ángela es explosiva, como la velocidad que se requiere correr los 100 m en 11 segundos. Le gusta ser franca y sincera, y todo lo que vive lo asume como un aprendizaje que le sirvió para crecer y ser mejor. “Tenía 14 años cuando dejé Lago Agrio y vine a Quito. Viví en la Fundación Tali Cacuma, una casa de acogida donde vivían chicas embarazadas y madres solteras. Extrañaba a mi familia pero lo que viví jamás olvidaré”. Le tocó hacer algunos quehaceres de la casa, como limpieza y ayuda en la cocina, “pero que jamás me hicieron sentir mal”.
La decisión ya la había tomado. Quiso iniciar en Quito su carrera como atleta. Buscó a Nelson Gutiérrez “porque decían que era el mejor entrenador del país”. Había trabajado con algunas de sus amigas atletas y también quería formar parte de ese grupo.
Antes de aceptar dirigirla, Gutiérrez fue a conocer a los padres de Ángela para saber de sus genes y el potencial hereditario. “También observé su capacidad de coordinación y reacción”. A esos primeros indicios se sumaron otros elementos como la actitud. “El creércelo que puede hacer”, dice Gutiérrez.
Así hicieron el proceso que en cinco años ha cosechado importantes resultados como los récords nacional y sudamericanos en los 100 m en las divisiones prejuvenil y juvenil, dos vicecampeonato mundiales en la categoría Júnior, la consecución de marcas para Juegos Panamericanos 2015 y Olímpicos 2016 y el ingreso a ‘Top 10’ en la clasificación mundial.
“Un día le pregunté a mi entrenador si servía para esto. Él me dijo que iba a llegar a ser campeona del mundo, se equivocó por poquito”, añade Ángela que siempre busca el lado bueno de las cosas.
“Mi sueño es el podio olímpico. Hace cuatro años, cuando llegué a Quito, nunca pensé que a mis 19 años ya iba a lograr la marca olímpica. Río de Janeiro 2016 es pronto, pero en Tokio 2020 sí espero cumplir mi meta”. Nelson Gutiérrez asienta con la cabeza y con su voz. “No vamos por la plata ni por el bronce, vamos por el oro”.
En ese proceso, cada año hay competencias que las correrá para ganar experiencia como la Liga de Diamamante, competencias especiales como el Sudamericano de Cuenca, y las que hay que ganar como los Juegos Panamericanos de Toronto. “Es la prueba más importante del año. Quiero que ese triunfo me permita ganar una casa y ascender de la categoría B a la A en las becas del Ministerio del Deporte”.
A esa participación también hay que sumarla su actuación en el Mundial de postas, donde Ecuador ganó la final B en la misma línea de meta. “Yo me dije suerte o muerte”, y en verdad que se “mató” porque recibió en cuarto lugar el testigo, y corrió los 100 metros en 10 segundos. “Sentí que mis compañeras dependían de mí y no les podía fallar”.
Siempre está sonriente y predispuesta a colaborar con los fotógrafos hoy que la demanda por sus entrevistas se ha incrementado. Disfruta en las sesiones de fotos, sugiere locaciones y posiciones. Si hay que repetir, lo hace sin reparos y al final hasta sugiere la fotografía que le gustaría publicar.
Le gusta vestir bien y a veces se da esos gustos que antes no podía hacerlo. “Tenía a mi hermano Édison como chofer. Me traía a la pista y luego me llevaba a la casa. Seguí el curso de manejo, pero fue mi hermano quien me enseñó a manejar”.
En esos primeros días, que se arriesgo a conducir, “el motor del carro se me apagó en una cuesta. Atrás había una cola de autos que pitaba. El agente de tránsito se acercó a preguntar qué pasaba y me pidió que le ceda el volante a mi hermano. Me tuve que bajar para ir a puesto del acompañante”.
Pero, como en su vida la palabra derrota no existe, “al otro día regresé a la misma cuesta y esta vez no dejé que el motor se apague”.