Neisi Dajomes ha ganado 20 medallas en campeonatos mundiales y se visualiza en el podio en Tokio 2020. Fotos: Patricio Terán / EL COMERCIO
Las medallas de bronce relucen en su pecho como su sonrisa en el rostro. “Una palabra que me define es alegría. Soy feliz con lo que hago cada día”, dijo Neisi Dajomes en el gimnasio de Shell, su nido.
Su relato es así, sencillo, directo y alegre. Nunca habla de esfuerzo o sacrificio, sí de trabajo, de cumplir procesos y metas. “Tenemos un año y medio de mucho trabajo, porque en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 está nuestra meta”. Es allí donde se mira, peleando un cupo en el podio.
La semana pasada, en el Mundial Absoluto en Turkmenistán logró esas dos medallas de bronce, con las mejores marcas de su vida deportiva: 117 kg en arranque, 142 kg en envión para un total de 259 kg. “Este año he mejorado mis marcas: casi 9 kilos en arranque y 7 kg en envión, gracias al trabajo con Mayra Hoyos y el ruso Alexis Ignatov”.
Hoyos dirige diariamente los entrenamientos, que duran hasta cinco horas. “Es una amiga, con ella he compartido mis vivencias deportivas y personales”.
Como ha sido un año de entrenamiento y de competencia, pues asistió al Mundial Juvenil (donde ganó tres medallas de oro), hizo un alto a sus estudios universitarios. El próximo año empezará a estudiar Veterinaria.
A sus 20 años se considera una estudiante muy buena. Sacaba adelante sus exámenes sin problemas, pese a que no asistía a clases y le tocaba igualarse en deberes después de tanto viaje. Tenía buenas notas en todas las asignaturas, menos en matemáticas.
Una asignatura pendiente sí es estudiar el idioma inglés. Siente que le ha hecho falta en cada torneo Mundial.
Viaja al exterior desde que tenía 13 años. Conoce entre 25 y 30 países, la mayoría del Asia: Uzbekistán, Turkmenistán, Tailandia, Japón, Corea. “Por eso me gusta lo que hago, mi deporte me ha permitido conocer países y culturas”. Nombra a República Checa como un país que la impresionó, pero se queda con Ecuador, en Shell y sus ríos, y con el maito de pollo y su tranquilidad.
Se negó a salir de su Shell cuando hubo pedidos de la Federación y de Guayas a viajar a esa provincia y entrenarse allí. “Sé que todo depende del deportista, pero quienes han ido regresan con marcas menores a las que se fueron”.
Ha ganado títulos mundiales desde el 2013. Ya perdió la cuenta. En su casa tiene todas las medallas guardadas, más de 200, dijo, por dar un número. Busca un día para acomodarlas y contarlas.
De esa impresionante colección tiene un apego especial a la medalla de plata de los Panamericanos 2015, la medalla de plata que logró el año pasado en el Mundial Absoluto de Estados Unidos; y estos dos últimos bronces, porque superó a rivales de la categoría Sénior y ella aún es Juvenil.
Se encarga personalmente de alistar su maleta de viaje. “Lo primero que guardo son mis zapatos. Puedo olvidarme todo, menos eso”. También son importantes sus moños de colores para lucirlos en la plataforma de levantamientos.
Subir a la plataforma es otro momento de felicidad. “Ahí es el lugar donde se demuestra el trabajo realizado en los entrenamientos. Esa es la mejor motivación con la que llego a competir”. Por eso derrocha seguridad en el momento de hacer sus movimientos. “En los nueve años que llevo en la halterofilia, siempre he sentido nervios. Lo importante es saber que esos pesos ya los levanté en el entrenamiento. Así que es solo cuestión de dominar
el momento”.
Esa seguridad y solvencia le han permitido ganar siete medallas mundiales Júnior, otras 10 en la categoría Juvenil y tres en la división Absoluta. Por eso tomar la posta a Alexandra Escobar (cuarta en los Juegos Olímpicos 2016) no le da temor. “Ella nos ha motivado a muchas pesistas”.
Y menciona a Tamara Salazar, medallista de plata en Turkmenistán, en 81 kg. Empezaron casi juntas, hace nueve años. Dajomes la considera su amiga porque, además, el rendimiento de la una ha permitido el crecimiento de la otra.