El Mundial le dio un respiro a Rousseff

Foto: Guillaume horcajuelo/efe


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Quién lo diría, Neymar Jr. puede ser decisivo en la vida política de la presidenta brasileña Dilma Rousseff. 

El astro de la Selección verdeamarela tiene el objetivo de llevar a su país a ganar la Copa del Mundo y evitar que se ahonde el descontento en los brasileños. Hasta la mitad del Mundial se vive una tregua, las manifestaciones antimundial han sido mínimas y la gente se ha entregado a su pasión: el fútbol.

¿Por qué? La respuesta es más o menos común entre la gente. Brasil es apasionada del balón y se contagia fácilmente por la fiesta. Difícil de creer si se considera al fútbol como un show y no como un hecho cultural, como lo es para los locales. En los estadios, además de alentar a las selecciones que juegan un partido, los brasileños no dejan de cantar: “soy brasileño, con mucho orgullo y mucho amor”. En este Mundial, hasta ahora, no se han mezclado la política y el deporte.

La televisión local repite una y otra vez las escenas del partido inaugural. Ese día, en Sao Paulo, el público y su selección cantaron a capela el himno nacional brasileño. Neymar Jr. lloró de la emoción, era un buen símbolo de unión.

Pero ese mismo día, Rousseff (ya) pasó su primer susto. La Selección local perdía su primer partido. Cuando Neymar anotó el gol del empate, el público abucheó a su Presidenta, mientras era enfocada en las pantallas gigantes, tanto que aquí se ha repudiado el tono de los insultos. El fútbol se celebra, la política no es bien vista. Brasil derrotó a Croacia y fue la mecha de un torneo alegre.

Antes de la copa, nadie se atrevía a pronosticar el panorama; se temía que las protestas se agraven. George Cardim es periodista de la radio en Brasilia y relata una anécdota: En su trabajo hay tres periodistas de diversas posiciones políticas y que por distintas razones se negaban a comprar entradas para el Mundial. “Ahora los tres están locos por ir a los estadios”.

Existe otra razón. El país está expuesto al mundo y los brasileños quieren dejar su imagen en alto. En dos años organizarán también las Olimpiadas. La revista Época publicó una edición sobre la cara política y deportiva del Mundial. En su artículo titulado “¿saldremos bien en la foto?” asegura que la Copa será el evento más visto y transmitido por la humanidad.

No solo por los 16 000 periodistas acreditados sino por que 3,6 mil millones de personas verán el torneo por TV, sin contar el número de veces que se expondrán fotos y videos en las redes sociales, casi en tiempo real. Brasil está expuesto y su gobierno también.

En el 2013, durante la Copa Confederaciones, las protestas fueron convocadas por jóvenes de clase media y tuvieron respaldo. Cardim las califica como auténticas, pero con una debilidad: “no tenían un objetivo común”. A esto se suma un hecho que ha alejado a muchos, las manifestaciones a veces desencadenan hechos de violencia.

El descontento

Aún así la fiesta deportiva no ha borrado el descontento. Jualiana Zacarías es una joven profesional que trabaja en un hotel del municipio de Jumdaí, en las afueras de Sao Paulo. “Tenemos prioridades básicas que deben ser atendidas en la salud, educación, en los servicios básicos, en el transporte”.

En el Mundial se han invertido unos USD 11 mil millones para adecuar los estadios, aeropuertos, accesos para un torneo que dura un mes.

El Ejecutivo ha defendido de forma vehemente las obras y ha dicho que servirán para la gente, incluso luego del torneo.

Rousseff se ha cuidado de salir en eventos masivos del Mundial como si temiera otro abucheo. La Selección no convence del todo, Brasil ya no tiene el “jogo bonito” de antaño. Sin embargo, Zacarías sospecha que si Brasil gana la Copa, las personas darán una tregua al Ejecutivo. Ese respiro llegaría en buena hora para el Gobierno, en un año de elecciones presidenciales.

Rousseff buscará la reelección en octubre y ha perseguido formas mediáticas para limpiar su nombre. Vía Twitter arengó a los brasileños para hacer de esta la Copa de las Copas y utilizó el hashtag del mismo nombre para felicitar la hospitalidad de los locales.

Las gestiones de la Jefa de Estado incluso la han hecho ceder posiciones frente a los sindicatos y movimientos sociales, quienes anunciaron -a inicios del Mundial- la radicalización de las protestas, especialmente en Sao Paulo. La Presidenta, por ejemplo, entregó un subsidio para 2 000 casas del Movimiento de Trabajadores sin techo y se aseguró de dejar en claro que el país está preparado para el Mundial.

En las calles de ciudades grandes y pequeñas la conversación se centra en los juegos del Mundial. Los más críticos denuncian que la copa evidenció más la corrupción de un grupo de políticos con sobrefacturación para, por ejemplo, la reconstrucción de los estadios. En urbes como Curitiba, en el sur, incluso se habla que el Gobierno ejecuta políticas populistas para los estados más poblados, en el norte y noreste.

Ahí está el grueso de electores. Antoninho Moro dice que en este momento no tienen sentido las protestas. La gente -explica- está concentrada en el Mundial y en atender a los visitantes. Él es taxista y ha atendido a ecuatorianos, hondureños, argelinos, surcoreanos. Al llegar a un estadio se siente la entrega de los brasileños a lo que sucede en el campo de juego y en los graderíos. El grito de “Eu sou brasileiro, com muito orgulho, com muito amor...” estremece.

Dilma Rousseff necesitará que Neymar Jr. y la Selección alarguen el Mundial lo más que puedan. Aunque, como apunta la revista Época, así Brasil se corone campeón, Rousseff solo logrará un empate.

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