Hace unos días fui invitado a compartir una salida nocturna con el club El Avispero de Quito. Sentía curiosidad por conocer los ‘rituales’ que los propietarios y fanáticos de las legendarias motos Vespa llevan a cabo en sus encuentros semanales, de los que había tenido referencias por parte de varios miembros de la agrupación.
Al mando de un ejemplar que cordialmente me facilitó uno de los integrantes más activos del club, arribamos al punto de reunión, donde al menos una decena de ‘vespistas’ ya aguardaba la llegada de sus colegas de afición para emprender la tradicional rodada por las calles quiteñas.
Además de la camaradería del grupo y del compromiso y entrega de todos los integrantes con la causa, me sorprendió gratamente su apertura, pues el club tiene una política incluyente.
Ni siquiera es necesario tener una Vespa para ser parte de él, pero, lógicamente, hay que ser un fiel seguidor del famoso ‘scooter’ italiano para que la razón de ser de la agrupación tenga sentido.
El club cuida mucho a sus miembros en cada salida y para ello tiene normas, líderes y hasta una señalética propia para marcar los posibles riesgos en la vía. Felicito su nivel de organización.