Juliana García y tres connotados andinistas ecuatorianos se probaron por primera vez en un ‘ochomil’, en un intento de cumbre sin oxígeno suplementario en el Gasherbrum II, de 8 035 metros sobre el nivel del mar, en la gigantesca Cordillera del Karakorum en Pakistán (Asia).
Esta nueva expedición ecuatoriana, realizada por los integrantes del Club de Andinismo del Colegio San Gabriel, dejó valiosas enseñanzas y renovadas convicciones en el montañismo para estos aventureros.
Juliana, Marcos Serrano, Marco Suárez y Fabián Almeida se lanzaron a una expedición de 50 días que no pudo terminar en la cumbre del imponente Gasherbrum II porque las condiciones climáticas no fueron las favorables. La consecución de una meta en el montañismo no se limita a llegar a la parte más alta de un nevado y a veces las mayores enseñanzas se asimilan cuando no se logra la cima. En eso creen estos expedicionarios que renovaron la fe en su deporte y que pronto volverán a transitar por nuevos ‘desafíos’.
Tres de los cuatro andinistas cuentan con sus testimonios sus razones para amar la montaña y cuáles fueron las mayores enseñanzas de esta travesía.
El grupo del Club de Andinismo del Colegio San Gabriel en el campo base del Gasherbrum II, en Pakistán. Foto: cortesía Juliana García
Marco Suárez, 60 años.
“Me di cuenta que mi montañismo clásico sigue vigente, que lo puedo hacer aunque otros no lo hagan así, que puedo salir con mi grupo, con mis amigos.
Aprendí cosas que no se encuentran en los libros. Había leído sobre estas montañas, me las había imaginado, las soñé, pero una vez allá la realidad fue superior a lo que yo pensaba. Son elevaciones completamente verticales, con desniveles de 1 000, 2 000 metros, con glaciares que parecen no terminar nunca. Hay unas grietas enormes de 200 metros de profundidad. Caí en cuenta de la grandiosidad de Dios y de la maravilla de poder vivir aquello.
La montaña es un aprendizaje continuo, pero siempre me gustó salir con los amigos para juntos armar los campamentos y compartir. Ahora hay gente que contrata porteadores, sherpas, que son los que arman todo el campamento. Pienso que algunas cosas se las debe hacer con el propio esfuerzo.
Me nació el gusto por la montaña cuando tenía 8 o 10 años por influencias de un tío y unos primos. Ellos salían a la naturaleza y nuestros primeros paseos fueron al Machángara o a la hacienda de Monjas. Pero todo empezó cuando mis primos fueron al Ruco Pichincha y no quisieron llevarme porque era el más pequeño. A pesar de eso los seguí y con ellos coroné el Ruco, hace 50 años, en unas vacaciones. Así comencé a salir con ellos al Corazón, al Pichincha, al Cotopaxi… En los años 60 estuve en las masivas que organizaba Fabián Zurita…”.
Fabián Almeida, 55 años
“Me motivan los principios clásicos del montañismo, el esfuerzo en compañía de otros, la solidaridad. El aprender a compartir el frío, el dormir sobre las pierdas, la lluvia con los amigos, los atardeceres. Esta nueva experiencia me deja una satisfacción de haber visitado uno de los sitios emblemáticos del montañismo mundial. Cuando éramos guambras leíamos los relatos, los libros, las reseñas de las expediciones a los ‘ochomiles’, a los ‘sietemiles’… Esas aventuras calan profundo en la mente de un joven.
Para mí es la satisfacción de un sueño cumplido, que viene desde que yo era adolescente. Muchos de los montañeros que acuden a nevados de ocho mil metros se dedican de lleno a esto y abandonan sus otras profesiones. Para mí fue el primer intento en un ‘ochomil‘ y estoy satisfecho.
La cordillera del Karacorum, a diferencia del Nepal, tiene montañas esbeltas, con pirámides de granito con desniveles casi verticales, cubiertas con glaciares colgantes. Son montañas espectaculares y para llegar a la base del Gasherbrum II (8 035 metros) debimos caminar 110 km. Se siguen utilizando porteadores y mulares también. Uno tiene contacto con gente local en toda la expedición y los pakistaníes son sencillos y cálidos. ¿Por qué no ser montañista? Mi papá salía al cerro en su juventud y en los 40′ y 50′ ir a los cerros era como un tabú.. era largo, se necesitaba fortaleza física. De ahí que grupos como Nuevos Horizontes, que nació meses antes del Club del San Gabriel del cual soy miembro, en 1944, y otros que se formaron después hasta los años 70, tenían pocos integrantes.
A los 12 años ingresé al Club, un poco por curiosidad y otro por ilusión, e inicié una carrera deportiva que no se ha detenido hasta ahora”.
Juliana García en Pakistán, en la expedición del Club de Andinismo del Colegio San Gabriel.
Juliana García, 30 años.
“Disfruté todo el camino, de principio a fin, y al ser el primer ‘ochomil’ que intenté fue una enseñanza bien bonita no haberlo subido para realmente ver qué significa y qué riesgos existen y saber si quiero hacerlo otra vez o no. Al no poder subir se ve todo lo que se deja, todo lo que se pone en juego por un minuto de estar en una cumbre. Me sentí bien, motivada y fuerte, y ahora que he vuelto me doy cuenta que quiero intentarlo otra vez, en un ocho mil o en un siete mil, no importa. Siento que estoy en buen nivel, físico y mental, y que no es descabellado buscar una cumbre tan alta.
Ahora sé lo que arriesgo y al estar con un grupo con tanta experiencia aprendí sobre la toma de decisiones.
También aprendí a valorar a las personas que están contigo todos los días. A intentar permanecer rodeada de quienes te hacen bien. Esta expedición fue increíble. Recuerdo haberme divertido, a parte de las cosas duras que hay en una montaña, pasé feliz, y las decisiones que tomamos fueron las acertadas.
En muchos lugares me siento bien, pero en la montaña se encuentra una paz y una libertad que me alegran. Es un sentimiento de encontrarse con uno mismo, de escucharte, de que nada más te perturbe. Todo es tan tranquilo que se puede estar en paz y eso hace que a algunas personas nos guste tanto ir a los nevados. Empecé a hacer montaña hace 15 años, con Fabián Zurita, y en la montaña he aprendido mucho para la vida”.