Millán Ludeña atleta que competirá en una carrera en la Antartida. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
‘Soy una persona ordinaria haciendo cosas extraordinarias”. Así se definió el guayaquileño Millán Ludeña que el 21 de enero correrá la Maratón de 100 kilómetros en la Antártida.
Se trata de la segunda competencia de las consideradas “imposibles”. En el 2013, estuvo en el desierto del Sahara y lo venció. Ahora quiere conquistar la zona más fría del planeta.
Todo comenzó en el 2012 cuando se inscribió en la primera carrera de larga distancia, la North Face de Malchinguí. Quería correr los 20 km pero al momento de buscar su inscripción solo quedaban cupos para los 50 km y 80 km. “Por un impulso pedí la de 50. Sufrí mucho en esa carrera, pero lo que vi en la montaña pagó todo el esfuerzo de esas 15 horas”.
A esa primera conexión con la montaña y las largas distancias le siguieron otras más duras o más locas. En diciembre de ese año ya estuvo en la Patagonia argentina corriendo los 160 km de La Misión.
Después de 52 horas, pudo completar La Misión. Durmió en dos ocasiones por dos horas, el resto fue de esfuerzo puro pues debió cargar su ‘sleeping’, además de la comida y bebidas hidratantes.
En el 2013, “busqué en Google la maratón más difícil del mundo y la primera respuesta fue la Maratón de los Sables o de las arenas. Se realiza en el desierto del Sahara en Marruecos. Allí corrí 254 km. National Geographic la declaró la más difícil del planeta que se la realiza a pie”. Cuando se enteró que podía ser el primer ecuatoriano en intervenir en esa carrera, no dudó en inscribirse.
Después de nueve meses de entrenamiento con Gonzalo Calisto, la psicóloga Elisa Portalanza, la fisioterapeuta Gisela Toledo y el nutricionista Álex Caamaño, decidió ir al reto al que acudieron 1 200 corredores.
Esta vez fueron 254 km que los cubrió en seis días. En su mochila tuvo que cargar comida para una semana. La carrera se cumplió en temperaturas promedio de 52 grados centígrados, aunque hubo días que llegó a los 56 grados. En cambio por la noche las temperaturas bajaban a 4 grados.
“Como parte del entrenamiento me fui a Guayaquil a correr a mediodía, sin medias y con zapatos muy delgados. Quería que se me formaran ampollas porque nos anticiparon que en el desierto es un obstáculo a vencer”.
En la carrera, al segundo día tenía una ampolla en cada pie del tamaño de una galleta. Por eso tuvo que ir a la clínica para que le cortaran la piel”. Eso pasó cuando había cubierto 80 km. “Perdí dos uñas, pero llegué a la meta”.
A 10 km de que concluyera la Maratón de los Sables y mientras llegaba a la meta, Millán se planteó su siguiente reto, “si ya estuve en la maratón más caliente del mundo voy a buscar la más fría”.
Y entonces, volvió a la búsqueda y encontró la Maratón de la Antártida donde el reto son 100 km, una carrera que también está en el bloque de los “retos imposibles”.
Otra vez planificó con su equipo multidisciplinario y durante 10 meses ha cumplido entrenamientos exigentes o imposibles de creer. Corrió en La Carolina y los fines de semana fue al Cayambe para entrenarse sobre hielo y nieve y soportar las bajas temperaturas.
“Quiero correr los 100 km en 18 horas. Tendremos que soportar temperaturas de 20 a 30 grados centígrados bajo cero”. Entonces recurrió a un amigo dueño de una fábrica de hielo en Quito. Introdujo una caminadora y se puso a practicar en sesiones de 60 a 90 minutos.
En diciembre fue a Estados Unidos, donde se entrenó en una cabaña cerca al Lago Tahoe, con temperaturas de 8 grados bajo cero. Allá probó la indumentaria que llevará en las bajas temperaturas. “Soy mono”, bromeó.
También se entrenó con una mochila de 3 kilos de peso por toda la indumentaria que deberá vestir: tres capas para cubrir el dorso y dos para las piernas. Casco y lentes para esquiar. Tres capas de guantes. Zapatos para nieve con puntas de titanio para no resbalarse en la nieve y para evitar mojar sus pies, porque debe evitar un congelamiento.