Luis Zubeldía debería dirigir amarrado con la camisa de fuerza de Arkham o, mejor, convenientemente dopado con generosas porciones de válium. No importa si está ganando, empatando o perdiendo; tampoco tiene nada que ver si está de buen humor o si se levantó del lado equivocado de la cama: a la menor provocación, a la menor chispa, el míster Hyde que lleva adentro se abre paso a la superficie y ocasiona el caos. Su vedetismo es insoportable.
Es una pena, porque su trabajo en Liga de Quito ha sido muy interesante y fructífero. La U ha pasado de un equipo hazmerreir a ser un conjunto que trata bien la pelota, que propone, que ataca y que no pone excusas en los malos momentos. Hay trabajo, convicción en lo que se decide y apoyo a figuras cuestionadas, como Diego Morales, que pasó de ser un paquete a un referente.
Lo mejor de Zubeldía está, sin duda, en el minucioso y paciente trabajo con los juveniles, que antes eran desechados a varios equipos para que “ganaran experiencia” y rara vez volvían, en un desperdicio de recursos y tiempo. Ahora por fin son un capital del club, juegan más de los 45 minutos y forman parte vital de esta racha esperanzadora de Liga. Estos chicos, como el resto del plantel, tienen un compromiso que lo defienden en la cancha. Lograr eso en la aburguesada Liga que dejó Bauza es meritorio. Aplausos.
Pero, ¡por Dios, qué geniecito! Aunque el arbitraje no sea el mejor, aunque le piten un penal incorrectamente, ni el entrenador ni nadie puede entrar al campo de juego a reclamar con violencia. Hay un ejemplo de liderazgo que dar, no solo al equipo sino a la gente. Zubeldía confunde pasión con violencia. Por supuesto, tiene derecho a contestar o no en las ruedas de prensa y a ser cínico si lo desea; pero no tiene derecho a maltratar a nadie. Además, es verdad que debería hacerse una autoevaluación: Liga no está en la final porque Zubeldía no supo cerrar los partidos con Barcelona, Olmedo, Cuenca y Mushuc Runa. Y eso es culpa suya.