En 2015, la Selección de Ecuador hacía historia y marcaba su primera participación en un Mundial Femenino con un país expectante. A la par, Kathya Mendoza, una chica en Caluma, Bolívar, empezaba un sueño que aún no sabía que era suyo y el camino para estar en el mismo sitio en el que aquellas futbolistas emocionaban a la nación.
Cuando la Tri consiguió el boleto hacia el Mundial Femenino de Canadá 2015, Mendoza ni siquiera tenía idea de que aquello le había sucedido. No estaba centrada en el fútbol. Disfrutaba de su infancia y adolescencia y lo más cercano para ella eran los juegos de pelota que realizaba con sus amigos del poblado.
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Sin buscarlo, una llama que va más allá de lo pasional se encendió en ella un 15 de julio del 2015. La escuadra ecuatoriana ya había sido eliminada del certamen para ese punto, pues había terminado última en su grupo, aunque el torneo continuaba con otros equipos.
En tal fecha, Megan Rapinoe y Álex Morgan brillaban con una goleada de 5-2, sobre Japón, que le daría el título a Estados Unidos. Mendoza estaba en su vivienda y aunque jugaba, no tenía mayor gusto por observar partidos.
–Mira, esta es la final del Mundial- le mencionó su padre.
Aquel instante lo cambió todo, ella se quedó acompañándolo y vio a las norteamericanas coronarse campeonas. “El fútbol femenino existe”, pensó con inocencia, pues nunca antes había observado a las mujeres en plena actividad deportiva o en el contexto de un torneo.
Ella ya jugaba y las cavilaciones previas a una revelación empezaban a presentarse con mayor intensidad. Frente a su casa, en canchita de tierra, había jugado toda la vida y ahora imaginaba escenarios monumentales y a aquellas mujeres que vio por televisión.
El impulso paternal encaminó a Kathya Mendoza
La ilusión parecía momentánea e, inclusive, visceral, una libélula vaga. Veía en su mente a aquellas futbolistas que la impactaron, pero lo hacía forma lejana y ajena, como un proyecto que puede quedar en proyecto nada más; como cuando uno se fuga por instantes del mundo y se abstrae en lo que podría ser, pero parece irreal.
–Ay, quisiera verme como Álex Morgan. Ay, ¡qué bacán se ve! Ay, ¡qué chévere sería poder ser una jugadora profesional!- pensaba al momento en que pisaba aquella cancha de tierra en la que dio sus primeros pasos.
Su padre la había inscrito en un equipo de su localidad y empezó en el fútbol barrial. Todo amateur. El arco, sin embargo, no fue su primera motivación, los primeros roces los tuvo como delantera y extrema, hasta que llegó una nueva oportunidad.
A los 17 años, su padre la inscribió en un torneo de fútbol mixto en el cual, sin embargo, ella fue la única mujer. Esta vez debía ubicarse como arquera. En un inicio debió lidiar con preconceptos, tribulaciones y la oposición de sus coterráneos a que ella forme parte de la escuadra, pero eso se resolvió. Su padre llamó a entrenadores de otra localidad, la inscribieron y jugó como una más y, en la competitividad, tampoco tuvo tratos distintos.
–Me inscribí. Fui a jugar y quedamos en segundo puesto. Los hombres no llegaron al último partido porque se tomaron sus copas y perdimos porque faltaban jugadores, pero todos los partidos jugué y todos los partidos tapé. Fue full chévere- relata entre risas al recordar el momento junto a EL COMERCIO.
Del barro al oro: las circunstancias se pusieron del lado de la arquera
Aquel torneo ‘mixto’ fue la llave para que Kathya Mendoza dé el siguiente paso en su carrera y aquellas disgregaciones hacia la fantasía parecía que empezaban a tomar forma. ‘El Fantasma’ o ‘Don Guido’, un entrenador, la vio en el torneo y le empezó a comentar sobre el fútbol femenino en el país. Un ‘flashazo’ la transportó hacia sus momentos de infancia cuando vio aquel Mundial. Ahí se enteró de que la Tri había clasificado y lo había disputado por primera vez.
A él le habían solicitado jugadoras para Técnico Universitario de Ambato y le ofrece llevarla. En 2019, ya con 18 años, los planes eran diferentes y estaba el horizonte de los estudios en el panorama, pero ella se decidió por intentar en el ‘Rodillo Rojo’.
Sin procesos formativos y solo con lo empírico del fútbol barrial, Mendoza logró quedar en el equipo. Ahora tenía un nivel mayor de exigencia y debía enfrentarse a otros factores complementarios. Era la primera vez que se encontraba fuera de su pueblo y se enfrentaba a una metrópoli.
Aquel año en tierras ambateñas, más allá de lo deportivo, lo sufrió. ‘Ya está, me voy a botar del fútbol. Padecí lo que tenía que padecer y no sigo‘, se dijo a sí misma.
Una última carta y el ascenso hacia momentos gloriosos
Hay una chispa en la mirada de Mendoza que denota decisión y curiosidad. El probar, lanzarse a lo nuevo, aprender a pesar de que las cosas no salgan como uno las espera.
Cuando dejó Técnico Universitario, aún con un mar de dudas sobre sí y con la convicción de cambiar de rumbo, algo se le apareció. Pensaba que lo suyo, quizá, estaba en la Fuerza Aérea y ya tenía el plan para enlistarse; pero jugó un último pleno y acertó.
Que Ñañas abrió pruebas en Quito había leído. Pese a que regresó a Caluma, ahora emprendió hacia la capital y volvió a quedar en el equipo. El resultado fueron tres temporadas en el cuadro rosa hasta que resolvió que debía cambiar de aires. Publicó que ya no estaba en el club y Dragonas IDV se hizo presente.
La buscaron otros clubes, pero ella priorizó lo deportivo sobre lo económico. La regla por antonomasia, para la futbolista, es siempre conversar con el preparador o preparadora de arqueros que la entrenará y así lo hizo.
La consagración de Kathya Mendoza y una de sus cimas como la mejor arquera del Ecuador
En Dragonas IDV, Mendoza tuvo mayor competitividad y ya contaba con el bagaje previo de Ñañas. Allí, la pelea por el puesto estaba con Andrea Vera, seleccionada ecuatoriana y con quien alternó su papel en el conjunto rayado.
La estancia en el conjunto de Sangolquí llevó a la portera hacia el máximo nivel y a las distinciones que hoy ocupa. En su segunda temporada con la escuadra rayada, la jugadora logró conseguir el título de la Superliga Femenina.
A los logros se le sumó su presencia en la Copa Libertadores, donde hizo historia y finalizó en el cuarto puesto con Dragonas. Asimismo, Kathya Mendoza logró un asidero dentro de la Selección de Ecuador y se catapultó a ser la mejor arquera del país y representarlo a nivel continental.
En este 2024, Mendoza fue llamada a disputar el Torneo de Arqueras de la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF), donde se coronó campeona. El título le permitió disputar el Torneo de Arqueras Conmebol Evolución, en el cual llegó hacia la fase final.
Una arquera que sabe jugar con los pies
En el campeonato de porteras a nivel nacional y en el continental, Mendoza pudo demostrar lo mejor de sí en cuanto a sus diversas habilidades debido a la naturaleza de la competición. Aquello la transportó a Caluma y a la niñez, cuando jugaba porque sí.
Los codos raspados, la tierra mojada, la mano segura de su papá, el frío que a veces picaba en los ojos, pero, sobre todo, el enfrentarse uno a uno. Como cuando tomaba el balón y con algún amigo jugaban a quitarse, a defender su arco y a ver cuál hace más goles.
La dinámica dentro de los torneos de arqueras es similar a esos juegos de chicos con la pelota. Un arquero a cada lado, cancha de 24 metros y dos minutos. Los guardametas intercambian golpes de balón, atajadas y el que más goles haga gana. Solo valen los saques de mano, desde el piso y de volea en un área de ataque de cinco metros y la pelota no puede ser retenida más de cuatro segundos. Si hay empate, se define con gol de oro.
En aquel contexto fue que Mendoza se impuso como la mejor del país. Dice que si bien la labor del golero es atacar, el jugar con los pies es fundamental y, aunque es una especialista en penales, cree que su saque de volea es lo que la posicionó y dio ventaja en los torneos.
Una carrera larga, el horizonte por delante y un autorreconocimiento necesario
A sus 23 años, Mendoza es consciente de que aún tiene un largo tramo de carrera por delante. Al ritmo que lo ha hecho: arriesgando, lanzándose ante la incertidumbre y dándose golpazos o triunfando, espera continuar con el cumplimiento de los objetivos que tiene y que están por venir.
“Sabes que hace poco me di cuenta de eso. A veces nosotros no vamos celebrando ciertas victorias que tenemos y, cuando haces esa introspección, dices ‘no, la verdad sí debería haberme aplaudido hace rato’. Yo empecé en el fútbol profesional, por así decirlo porque todavía no era tan profesional, o sea, semiamateur, nada más en el 2019. 2020, 21, 22, 23, 24 he tenido cinco finales, de las cuales dos las he ganado. Yo me di cuenta después. Dije ‘mira tú… apenas iniciando'”, reflexiona.
A la par de su carrera deportiva, Mendoza estudia psicología y también tiene metas desde la rama, pero va paso a paso. Para lo futbolístico aplica lo mismo, aunque nada pierde con soñar en dar el salto hacia el extranjero y un arribo hacia la liga mexicana.
El día en que se canse de mantener el estilo de vida de futbolista, si aquello llega a suceder, será cuando se retire del fútbol, cuenta. De momento, sabe que la juventud es para quemarla, quemarla al soñar altos ideales; luchando, trabajando, equivocándose, levantándose tras ello y así buscar ser feliz. En función de eso, para el 2025, lo único que puede prometer con certeza es que se vendrá una mejor Kathya.
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