El reventar del viento en las gafas oscuras de Jhonatan Narváez dejaba nítida la imagen que reflejaban. El verde y lo multicolor, el fresco del viento y la quemazón solar, tierra y asfalto, pampa y montaña, civilización y barbarie. Esa unión entre nubes que besan el suelo y una mezcla de gente que queda entre lo citadino y lo ‘campagnard’ avanzaba a ritmo de dos ruedas en la trayectoria.
Como si de un croma de película se tratara y Narváez estuviese en una bicicleta estática, los escenarios le acompañaban y el vehículo se torcía en un espacio que pronto se transformaría. El fondo decidido para reflejarse en ese croma se cambiaría por la megápolis. Puro cemento y un ruido multitudinario de clamor que contrastaría con el silencio previo y palabras al viento de quienes lo reconocían o, al menos, parecían hacerlo. Ya no habría una sola cámara y camioneta para cubrir el entrenamiento, sino una transmisión para el evento deportivo más importante del mundo.
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Los Juegos Olímpicos de París 2024 y su ambiente, sin embargo, no le serían ajenos. Con participaciones en el Giro de Italia, donde ganó una etapa, y la Vuelta a España -dos de los eventos ciclísticos más grandes del mundo- ya se había curtido. Inclusive en Ecuador, donde ganó el campeonato nacional de ruta, y en clásicas ya había sentido un ambiente similar.
La costumbre, sin embargo, no es sinónimo de comodidad y aunque no le cuestan los traslados y ni reniega de los ambientes urbanos y sus beneficios, sí prefiere otro tipo de ritmo. Sus raíces y formación habían sido así y, cuando decidió llevar a cabo sus entrenamientos en Imbabura, aquello fue lo que primó.
Un ciclista bucólico y del Romanticismo
Más allá de la preparación y las herramientas que podían darle sus prácticas en Imbabura, el desempeñar sus actividades allí le daba un plus anímico. Los espacios que encontró en la provincia del norte eran lo más cercano a su origen: el Playón de San Francisco en Sucumbios.
Podría parecer un tópico idealizado, pero su poblado y organización obedecían al típico urbanismo rural o así lo recordaba… “un pueblito muy bonito” y del cual nunca se olvidara. Como en los cuentos de García Márquez, así era.
“Ese pueblo, donde no había ni internet, donde no había distracciones, donde no había discotecas, pues lo fue lo mejor para mí“, mencionaba con un acento ligeramente cantado, de la R arrastrada, mientras hacía una parada en uno de sus lugares predilectos, el mercado de Cotacachi.
Ese comercio fortalecía el vínculo y acentuaba las reminiscencias de lo que fue su surgimiento. Los lugares imbabureños no solo cumplían un proceso evocativo de adonde se crio, sino que eran el medio para conectar y el símbolo de las experiencias vividas.
Sucumbíos, una tierra de campeones
Allá, en Sucumbíos, había dado sus primeros pasos en el ciclismo. Su padre tenía afición por el deporte y su hermano ya tuvo experiencias en el ciclismo, pero obtuvo una beca y se decantó por formarse académicamente.
Estaba en su etapa estudiantil y se topó con su mentor, el fallecido Juan Carlos Rosero, exciclista y uno de los primeros ecuatorianos en destacarse en el deporte de dos ruedas. Este ya había encontrado a Richard Carapaz, contemporáneo de Narváez y multicampeón internacional, y también se encargó de formar a Jonathan Caicedo.
Narváez compartió su etapa formativa junto a los primos Jefferson y Alexander Cepeda, también en la élite del ciclismo ecuatoriano y nativos de su provincia, y su momento bisagra llegó cuando abandonó su condición de juvenil. Debía decidir entre dedicarse al ciclismo profesional o abandonarlo para buscar otra salida y formación. Se decantó por la primera a pesar del reto que conllevaba.
Cuando recuerda Sucumbíos ve todo ese caminar y la llegada de él y sus coterráneos a lo más a alto. Al subir las cuestas de polvo en medio de las montañas imbabureñas o la carretera plana rodeada de naturaleza se traslada en el tiempo y vuelve a ser el niño que soñaba con ciclear. No es solo el recuerdo, sino la sensación presente y, para eso, la gente también está.
Cuando llegó al profesionalismo, el camino era incierto, pero consiguió fichar por el Klein Constantia en República Checa en 2016 a los 20 años. Le siguió el Axeon Hagens Berman, el Quick Step Floors y, finalmente, el INEOS.
Con el cuadro británico llegó su consagración y la llave para los Juegos Olímpicos. A partir de su llegada al INEOS, Jonathan Narváez tuvo su primer gran triunfo con una etapa del Giro de Italia. Su mejor versión, sin embargo, se produjo entre 2023 y el vigente 2024. Allí se proclamó campeón de la Vuelta a Austria, ganó los Juegos Panamericanos y el Campeonato Nacional de ruta y, finalmente, otra etapa del Giro de Italia al superar a Tadej Pogačar, el mejor ciclista del mundo.
Para París 2024 fue elegido por la Federación Ecuatoriana de Ciclismo como representante tras ser el mejor ecuatoriano en el ranking UCI hasta la fecha de la decisión. Con tan solo un cupo para el evento, este se impuso ante Richard Carapaz, vigente campeón olímpico, en la elección.
El sábado 3 de agosto del 2024 tendrá la oportunidad de demostrar sus condiciones. Cuenta con el peso de Carapaz y su legado en las espaldas, sin embargo, se centra en su desempeño más que en el resultado. En un trazado similar al del Campeonato Nacional de Ruta y su última etapa en el Giro de Italia, Narváez saltará a la pista a las 04:00 en busca de dejar en la cima de París su espíritu romántico y de residencias en su tierra.