Venezuela y el fútbol del que solo participa

Durante el Mundial del 86, el escritor mexicano Juan José Arreola decía que "debía haber una manera más justa de ganar en el fútbol". Él no entendía ni sabía nada de fútbol. Así lo confesaba y ese fue precisamente el acierto de Televisa para contratarlo como panelista. Debía leer 'el otro lado' del juego. Se sorprendía de lo que veía y lograba bellísimas analogías con la tauromaquia.

Arreola era además atrevido porque sostenía que el gol no puede ser la única medida de la victoria. No es la estocada lo más bello de una faena, sino su culminación. Los trofeos se evalúan por lo realizado en toda la lidia, desde la verónica, pasando por picadores, banderilleros, la muleta y finalmente la estocada, todo en su conjunto. Algo así debería tener el fútbol, sostenía.

El deseo de Arreola es comprensible desde esa sensación de injusticia que deja la derrota de Venezuela ante Paraguay. La 'vino tinto' se ha convertido en el símbolo de esta Copa América. No solamente porque es el equipo chico en el que depositan su simpatía los hinchas de aquellos países que se han quedado en el camino, sino también porque era uno de los equipos que mejor jugó el torneo. Pero Paraguay era el favorito por historia y "la historia también juega al fútbol", como dijo Francisco Maturana luego del papelón de Colombia en el mundial del 94.

En el centro de Prensa de Buenos Aires y La Plata, muchos sostenían que esta era una Copa atípica, entre otras razones por lo que lograron Perú y Venezuela. Se puede decir que lo de Perú es una sorpresa y agradable, pero quizá ya resulte un tanto inútil respecto a los 'llaneros'.

Desde hace tiempo Venezuela mostraba una voluntad de jugar buen fútbol, pero tenía un problema: era esencialmente ingenuo y por eso goleado. Quizá todavía tenga algunas cosas de inocencia, pero tiene más picardía -no existe el fútbol sin picardía-, mejoró el orden y mantiene intacto el deseo de dar placer a la retina. No solo hay individualidades técnicas, sino que tiene una idea del funcionamiento colectivo. En la cancha se ve que los venezolanos piensan el partido y que no solo lo juegan.

Venezuela apareció tarde en el fútbol internacional. Le falta historia, tradición. Recién en este siglo está escribiendo sus primeros relatos, cuando los demás países sudamericanos ya los tienen de mucho antes.

Ecuador, con más tiempo en la CSF, no puede decir lo mismo. Terminado el siglo XX solo pudo relatar que 'casi' clasificó al mundial del 66, el cuarto lugar en la Copa del 93 en que fue anfitrión, y el generoso "equipo interesante y vistoso que fue eliminado en cuartos de lugar en Bolivia 97 en la tanda de los penales".

Recién en este siglo Ecuador construyó sus leyendas con la clasificación a dos mundiales consecutivos. Es mucho, pero también poco. Llegar a un mundial es un buen objetivo, pero que sea el único es de un pensamiento menor. Lo dicen todos los técnicos de todas las selecciones, pero en el caso que nos importa, Ecuador va a un mundial a 'participar' (sería un atrevimiento decir que va a ganarla), pero también va a esta Copa América a 'participar', despreciándola con el argumento de que lo que importa es la Eliminatoria.

La competencia se vuelve intrascendente porque nos conformamos con la participación. Una Selección con un buen papel en la Copa puede creer que hará mejor las cosas en la Eliminatoria. Pero en la cancha se vio a un Ecuador que jugaba por jugar, sin pensar en grande, sin pensar que por ahí reposaba la Copa América, que nunca la hemos visto de cerca siquiera. Y si no se vio fútbol luego de haber tenido tiempo para trabajar, difícilmente lo demostrará cuando los jugadores se reúnan con cinco días, a lo sumo, para afianzar un concepto antes de cada partido. Salvo, claro está, un golpe de suerte o una conjugación estelar.

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