Para muchos ha sido un golpe demoledor la noticia de que la FIFA nunca proclamó a Antonio Valencia como el futbolista más rápido del mundo. Es más, la FIFA ni siquiera realiza esos estudios. Ya era increíble tragarse el cuento de que ese organismo pierde plata y tiempo en inservibles análisis de velocidad a jugadores de todo el mundo; pero han sido más increíbles las reacciones a esta revelación, que recuerda mucho a cuando Lisa Simpson descubre que el fundador de Springfield era en realidad un hombre malvado. Indignación. Cólera. Y ganas de matar al periodista que lo reveló.
Sí, para muchos se cayó un poco el mito que estaba en construcción. Valencia reemplaza lo que antes fueron Alberto Spencer (el mayor artillero de la Liberadores), Aguinaga (el mejor extranjero de la década en México), el ‘Tin’ (el mayor goleador de la Tricolor) y hasta Kaviedes (el mayor goleador del mundo). Valencia es, o era, el más rápido del planeta. Wow. Estaba entrando en esta galería de héroes idealizados a los que tanto se aferra el desvalido hincha.
Ese es el problema. Le damos un valor idealizado a Valencia en lugar de aceptarlo como es: un muchacho que emigró de Sucumbíos y que ha escrito una preciosa novela de superación, quizás la más importante de la historia del país. Pero no es infalible. No ganará siempre. No le pidan que sea Supermán o, en este caso Flash.