Se pierde un objetivo, lograr una mejor clasificación en la Copa América 2011. Expectativas, ilusiones, esperanza, deseo de superar lo antes realizado, todo con una fuerza que podríamos llamar energía focalizada en el rendimiento deportivo de la selección.
Cuando el objetivo no se cumple, la energía queda perdida, suelta y puede diluirse diferentes caminos. Digerir la frustración y democratizar la culpa necesita superar inexorablemente varias etapas.
A nivel de los principales actores, jugadores, entrenadores y dirigentes se ponen en juego los principales mecanismos de defensa, que intentan alejar la angustia, porque la verdad es que nadie quiere cargar con la culpa.
Unos pueden culparse a sí mismos, otros pueden echarles la culpa a los demás, otros pueden adjudicar la derrota a causas que no se pueden controlar, como la suerte.
Esta rebeldía inicial se va transformando en análisis y autocrítica y luego viene la tercera etapa que es la de aceptar la realidad. Quizás en esta tercera etapa, más madurada, se razona que en vez de encontrar un culpable lo mejor es encontrar dentro de un análisis crítico cuales fueron los errores, reconocer los errores, ubicar sus causas para no repetirlos y minimizar sus efectos.
Nada es de vida o muerte, somos muchas veces lo que podemos frente a las circunstancias. Porque en fútbol predominan los resultados; aquí entra el terreno de lo complejo y es demasiado simple juzgar un proceso de trabajo que recién comienza por la relatividad de tres resultados. Que se iluminen los responsables, pues de ellos depende el futuro de los que vivimos del fútbol ecuatoriano.