El triunfo de Ecuador sobre Bolivia es agridulce: claro que los tres puntos arrancados a Bolivia sirven para soñar con una clasificación al Mundial, pero también invitan a reflexionar, una vez más, si los fines justifican los medios, si las reglas se hicieron para romperse, si el destino es más importante que el camino y que para llegar todo vale. La actuación de Luis Fernando Saritama puede ser vista como una avivada, pero quizás también sea la muestra de lo mal que está un país que protesta porque ponen límites de velocidad, que contempla el escándalo de las firmas de los partidos como una polémica lejana, que mira cómo los jueces actúan fuerte con unos y suave con otros. ¿Eso les diremos a los niños que vieron el partido, que se inventen nomás un penal, que se burlen de la justicia, que perjudiquen al prójimo, que es legítimo hacer trampa? Que el DT Reinaldo Rueda insista en que sí fue penal raya en el paroxismo.
Se dirá que la jugada del penal es de esas que pueden entrar en la frase “así es el fútbol”. Si fuera una jugada de contacto, cerrada y que obliga al juez a tomar una decisión en segundos, podría ser. Pero Saritama fue un actor de Broadway, fino en la interpretación de una falta que jamás existió. Fue aleve. Fue vergonzoso. El árbitro compró la actuación aunque la gran mayoría no vio nada. Y fue peor que esa haya sido la única manera de derrotar a unos bolivianos que se defendieron bien, que marcaron con garra y que pusieron en claro que la goleada de la Tricolor sobre Chile en Estados Unidos era un espejismo, algo que ya nos lo temíamos. Ecuador fue inútil, aburrido, con mala entrega de la pelota y escaso ‘punch’ arriba. Bolivia no merecía ganar pero tampoco perder, aunque los merecimientos tampoco cuentan en el fútbol, un deporte en que no siempre gana el mejor sino el que tiene más carácter. Pero esta vez también ganó el más tramposo. Qué pena.