La cotidianidad problemática del Deportivo Quito se estremeció cuando Luis Fernando Saritama reveló un secreto guardado por tres años. Fue prudente y respetuoso al guardar silencio. Y eso tuvo su costo: ya no fue el ‘símbolo’ y se transformó en un ingrato. En uno más de la interminable lista de acreedores del club azulgrana.
La historia se inició en el 2012 al comenzar la caída financiera del equipo. Saritama era el capitán y sus compañeros no cobraban cuatro meses.
Luis Fernando no dudó en hipotecar su departamento para obtener un préstamo y pagar una quincena. Letras por 200 000 dólares (anticipo derechos de TV 2013) se negociaron ante un banco. Los documentos fueron suscritos por Deportivo Quito con la garantía de la Federación Ecuatoriana de Fútbol y el capitán del equipo azulgrana.
Pasó el tiempo. El deudor y el primer garante se borraron mientras el departamento del futbolista pasó al proceso de remate. Para salvar su patrimonio, Saritama realizó proezas financieras y canceló la mitad de la deuda para bloquear temporalmente el proceso judicial.
Así llegó al diálogo con el presidente del Quito. Doblegado por una deuda de la cual nunca fue beneficiado. Llegó con el único deseo de jugar para condicionar a la dirigencia la cancelación parcial de la deuda.
Al dificultarse las negociaciones por la falta de liquidez, Saritama lanzó su último as solidario: el centro de alto rendimiento de su propiedad, LFS10, será auspiciante de la camiseta del Deportivo Quito.
¿Será que en su afán de jugar y ayudar a su equipo Saritama ingresó en el peligroso negocio de “pagar para jugar”?
Tal vez sí, tal vez no.
El tema es que con sus acciones Saritama es una destacada excepción de solidaridad y transparencia en el denso y complejo negocio futbolístico.
@jacintobonillap