Quién sabe si como el personaje del viejo actor de ‘El canto del cisne’, obra de Chéjov que también representó, Raúl Guarderas Guarderas esté ahora mismo en algún lugar del cosmos soñando en todos esos hombres que fue sobre las tablas: el Rey Lear, George Bernard Shaw, Juan en la Señorita Julia, el Padre Alonso en El secreto de la Azucena… Lo que sí es seguro es que estará ubicado en algún sitio desde donde pueda ver a su ‘ashpa mama’, como en vida siempre se refirió a la tierra, que tanto amaba.
El 14 de septiembre pasado, a los 81 años, sin misa ni pompas fúnebres, sin ninguno de los protocolos exigidos por la sociedad, Raúl Guarderas Guarderas, el actor, el director, el chagra, el hacendado, el comentarista taurino, el escritor, el esposo de María del Carmen Albuja fue enterrado en su propiedad en Aloasí (cerca a Machachi).
Es decir, pasó exactamente lo que le hubiera gustado que pasara, según cuenta Juana, su hija actriz -la más mediática de los cinco hijos que tuvo Guarderas-, quien asegura que su padre no era hombre de compromisos sociales y siempre quiso que su partida de este mundo fuese de carácter íntimo. Y así fue, “con llantos, pero también con risas, con cantos, con mocos; nada trágico, porque él no era trágico, era alegre”, dice Juana. Lo enterraron “con su traje elegante, una rosa roja, una foto de su esposa, una pluma de cóndor y su sombrerito chacarero en el corazón”, según ya quedó registrado en Wikipedia esta semana, gracias a la gestión de otra de sus hijas: Paz.
Muchas cosas más sobre él están consignadas en esa entrada de la enciclopedia virtual y en decenas de notas de prensa que su trabajo y sus iniciativas en el ámbito cultural merecieron desde los años 70, cuando empezó a formar parte del grupo de teatro Independiente y ya luego en los 80, cuando estuvo al mando de esa iniciativa quijotesca llamada Patio de Comedias. Pero hace 10 años, aproximadamente, Raúl se fue retirando hacia sí mismo, aquejado por los primeros síntomas claros del Alzheimer, que él de manera optimista identificaba con estas palabras: “He permitido que entren a mi cerebro los duendecitos del bosque”.
En ese bosque, y en la paz de Aloasí, lo acompañaron todos estos años su esposa y los cientos de dibujos en los que se enfrascó mientras la enfermedad avanzaba. Se retiró discretamente, sin aspavientos, borrándose de a poco, como aplicando una de sus máximas: “En la vida hay que aprender a fracasar”. La desmemoria había dado una estocada certera y él sabía que era inútil retobarse, embestir…
Quizá porque su vida fue buena y fructífera, como los buenos toros, no temió el final. Ya había actuado todo lo que quiso; ya había recibido, en el 2009 -asomado entre la bruma de su bosque y con los ojos enlagunados- la distinción de ‘Patrimonio vivo de la cultura nacional’; y, sobre todo, ya había fecundado a su adorada ‘ashpa mama’.
Los 80: década pródiga
- En 1980, Raúl Guarderas Guarderas abrió la sala de teatro Patio de Comedias, en lo que fuera la bodega de papas de su casa.
- En 1981, él institucionalizó el Paseo procesional del Chagra.
- Raúl Guarderas, actor: “Comentan que estoy ido, pero me siento venido, porque me estoy arrullando en mi corazón”.