El Mundial sudafricano, aunque ha sido emocionante y repleto de temas para debatir en la oficina o en la casa (la Jabulani, el Waka-Waka con olor a Xerox, las vuvuzelas, las ‘geniales’ frases de Maradona, los errores de los árbitros, el fracaso de los consagrados, el papelón casi general de los equipos africanos’), ha carecido de un ingrediente esencial: la estrella absoluta, el gran jugador que maravilló a todos con su desparpajo, su habilidad y su liderazgo. Este Mundial se acabó sin que un jugador haya sido como Garrincha en 1962, Cruyff en 1974, Maradona en 1986, Zidane en 1998 o Ronaldo en el 2002. Hubo muchos futbolistas de gran talento, pero no apareció ‘el’ jugador. Forlán es grandioso, pero quedó cuarto. Por eso, para verguenza general, un pulpo tragón y senil, que está por morirse de anciano, terminó como la gran estrella. El Octopus vulgaris Paúl, supuesto oráculo futbolístico (aunque al parecer se lo manipula con los colores y la comida), ha captado la atención que no merecieron Rooney, Cannavaro,Cristiano Ronaldo, Kaká, Torres, Drogba, Eto’o y otros. Desde cuartos de final para adelante, la gran incógnita no era la estrategia de Joachim Löw para desactivar a España ni la táctica de Óscar Tabárez para contener a Holanda ni, mucho menos, saber si Klose o Villa terminarían como goleadores del Mundial. La mayor expectativa estaba en que Paúl acertara en sus pronósticos.Lo de Paúl se convirtió en un éxito mediático que caló sobre todo en mentes ingenuas (que incluso el Presidente de un país le ofreciera protección para no terminar en una cazuela habla de lo ‘bien’ gobernada que está esa nación). Paúl, señoras y señores, se merece el Balón de Oro del Mundial del Wákala-Wákala.