Se equivocaron aquellos que decían que las vuvuzelas no sonarían en tierras americanas. Aparecieron de pronto en la Copa América. No eran tantas ni tan permanentes como en Sudáfrica, pero dejaron en claro que era cierto todo lo que decían: insoportables, no daban descanso a los oídos. Salían de las tribunas en donde estaba la hinchada peruana y fueron capaces de opacar los cánticos uruguayos.
Más allá de esto, el partido semifinal de ayer no fue solamente una semifinal de la Copa. Fue también el del reencuentro con la esperanza de dos hinchadas que volvían a creer en sus equipos. Si bien Uruguay quedó cuarto en el Mundial, fue una sorpresa. Ayer, sentían que volvían a ser ese equipo invencible, con dos mundiales y 14 títulos continentales.
También los peruanos volvían a vivir las emociones de ese generación gloriosa de los 70, al que llamaban “el Brasil sin gol”, un fútbol elegante con nombres inmortales como Teófilo Cubillas, Hugo ‘Cholo’ Sotil, Héctor Chumpitaz, Juan Carlos Oblitas, entre otros históricos de la camiseta albirroja.
“¿Cómo me voy a olvidar de esos tiempos?”, dice Eduardo Montié, de 65 años, y con más de 25 años en La Plata. “No es casual que el fútbol haya decaído tanto en Perú. No se hicieron procesos. Ahora creemos que con (Sergio) Markarián, volveremos a un mundial y no ser los últimos como nos pasó la última vez”, añade.
Más confiado llegaban los uruguayos. La tradición les daba esa fe. “¿Quién dijo que dejamos de ser grandes? ¡Siempre lo fuimos!”, dice con euforia el uruguayo Carlos Domenech.
Vino desde Dolores (a 300 km al oeste de Montevideo) para seguir a ‘la celeste’ durante toda la Copa América. “Solo habíamos tenido malos resultados, pero siempre fuimos los grandes de siempre, el de la garra charrúa, la celeste de toda la vida”, añade con convicción.
La ilusión era más peruana. “Hay que tener esperanza. Hay que creer que vamos a ganar”, decía una mujer a otra, mientras buscaban la puerta de acceso. Difícilmente imaginaban que iban a estar en la semifinal de la Copa América. El último lugar registrado en la pasada eliminatoria del Mundial era una carga difícil de superar.
Arreciaba el viento que hacía inútil cualquier abrigo por más pesado que fuera. Las banderas servían como una cobija o una bufanda más. Pero ya en los graderíos, desde que ambos equipos salieron al campo de juego para el calentamiento previo, todo era pasión, aplausos, aliento, silbidos. Y sobre todo fe.
Se encontraron dos países que tienen enormes colonias en Buenos Aires. El estadio estuvo repartido en dos, pero en cuanto al juego en sí, Uruguay era superior y eso lo sintieron los peruanos, que comenzaron a quedarse en silencio con los dos goles del delantero Luis Suárez y que los deja para el partido por el tercer lugar, contra el perdedor de la otra semifinal entre Venezuela y Paraguay.
“¡Yo te dije, yo te dije que ganábamos 2-0!”, dice a este Diario Domenech, a la salida del partido. “Somos finalistas y vamos a ganar la decimoquinta Copa”, añade feliz, abrazando a todos los que estuviera con las banderas uruguayas. Es que con sobra de merecimientos, la celeste se alista a jugar su vigesimoprimera final de la Copa América.