Lleva una camisa blanca, terno negro y zapatos oscuros. Su traje es elegante. Pero un sombrero y un distintivo lo delatan.
En el sombrero se puede leer: Quicentro. En la chaqueta hay otro distintivo, con una información adicional: Luis Buenaño. Seguridad.
Son las 15:40 de ayer y el guardia del centro comercial está en una esquina del patio de comidas del Quicentro. Frente a él, una pantalla de 60 m2 proyecta el angustioso partido mundialista entre Uruguay y Ghana.
Buenaño no lleva armas, pero utiliza un audífono y un micrófono que le permiten comunicarse con su colega Roberto Cedeño, quien vigila la seguridad en otro extremo del ‘shopping’.
Buenaño nunca sonríe, pese a que a su alrededor la gente bromea, grita, se lamenta… por las imágenes de los remates del ghanés Gyan, las posiciones adelantadas del uruguayo Luis Suárez y los fallidos disparos al arco rival del goleador charrúa Diego Forlán.
El partido avanza. Los semblantes de los aficionados que observan el encuentro son de preocupación. Un grupo de jóvenes llega presuroso al lugar y no encuentra mesas ni sillas disponibles. Entonces, deciden sentarse en las gradas que guían al patio de comidas y ofrecen una posición privilegiada para observar el encuentro.
Cedeño, el otro guardia de seguridad del lugar, pide a los adolescentes que se levanten. “Pero si no estamos molestando a nadie. A veces la gente se pone antipática”, dice Esteban Villarroel, quien lleva una camiseta amarilla de la Selección de Brasil.
Cedeño sabe que genera antipatía. También lo sabe Buenaño. Pero están acostumbrados a lidiar con los reclamos de las personas que visitan y pasean por el ‘shopping’.
Las imágenes son más intensas. Se juegan ya 50 minutos del encuentro y Uruguay busca el empate. Cuatro minutos después, Forlán anota y empata y las personas gritan y aplauden como si estuvieran en el estadio.
Gustavo Tello, campeón mundial de Free Style, está entre los espectadores. En el entretiempo del partido realizó gambetas y malabares con una pelota para animar a las personas. Pero ahora parece un hincha más. Observa con atención las jugadas. “Ese Forlán es un bacán”, dice Tello, ex futbolista esmeraldeño.
En los pasillos del patio de comidas, los aficionados empiezan a preocuparse. Los 90 minutos reglamentarios culminan. Luego, viene el tiempo suplementario. Y, ahora, la lotería de los lanzamientos penales.
“Papi. !Papito! me duelen las piernas”, dice Kimberly, de 5 años. Su padre la observa y le dice: Mijita, aguántese un ratito, ya se vienen los penales.
La niña obedece y continúa de pie, al igual que unas 500 personas que observan la pantalla gigante.
El partido culmina. Uruguay está en semifinales. La gente se abraza y llora. Buenaño apenas sonríe. Es su forma de festejar. Luego, empieza a pedir a las personas que no se amontonen.