Boca Juniors es un constructor de ídolos. Martín Palermo o Juan Román Riquelme son ahora los más visibles. Los hay históricos como Ángel Clemente Rojas, ‘rojitas’, Paulo Valentim, Rubén Suñé, Roberto Cherro, Francisco Varallo, de quienes muchos solo pueden –podemos- hablar por lo que cuentan las revistas. O también está Diego Maradona, quien jugó apenas 40 partidos.
De entre los ídolos contemporáneos, ninguno más ‘bostero’, como le dicen a los de Boca, que Guillermo Barros Schelotto, quien festeja hoy sus 39 años de vida. Dejó el equipo en el 2007 para irse a jugar en Estados Unidos, luego de ser relegado al banco de suplentes. Fue un golpe para los hinchas. Pero el paso del tiempo no logró fragilizar la memoria y su nombre es tendencia en el twitter argentino.
Los argentinos llegaron a considerarlo como uno de los últimos exponentes del ‘potrero’, palabra que define la identidad del fútbol argentino, así como al brasileño se lo vincula con la playa. El potrero no es solamente la gambeta; conlleva un modo de ser argentino: encarador, arrogante, atorrante, insolente.
Mirándolo de pie, pocos podrían adivinar que Guillermo (hay que decirlo por su nombre porque también jugó con su hermano gemelo Gustavo) era un jugador de fútbol. No tenía “la parada” de futbolista. Y ni siquiera con el uniforme puesto: la camiseta le colgaba por detrás, las medias caídas desprolijamente y unos cuantos rollitos en la cintura. No era precisamente la mejor imagen, pero los rivales lo temían por igual.
Jugaba en un puesto extraño, extinguido en el fútbol moderno. Era prácticamente un wing, de esos que prefieren jugar pegado a las bandas, y desde ahí entrar en diagonal y centrar, generalmente a su amigo Martín Palermo. Muchos de los goles del ‘titán’ no habrían sido posibles sin el pase preciso de Guillermo.
Quizá lo que más recuerden de él es por su carácter mañoso. Fue un jugador complicado que sabía, por medio de la palabra, enloquecer a los rivales. En el superclásico del 2004 contra River Plate, pocos dudan que Barros Schelotto ganara la semifinal de la Copa Libertadores. Y no precisamente por algún gol suyo, sino por su lengua.
“Baldassi, ese señor me está insultando”, le dijo al árbitro mientras señalaba a Hernán Díaz, asistente del técnico Leonardo Astrada. Y Baldassi le hizo caso, expulsó a Díaz, el banco de River se envolvió en la desesperación y luego de eso llegó el gol de Carlos Tévez.
Son más las anécdotas que se pueden contar y siempre contra River, razón por la cual se convirtió en un ídolo boquense inmortal. “Boludo, te expulsó”, le dijo a Rubem Sambueza, quien, bien creído, le fue a insultar al árbitro. Entonces, recibió la roja. En el 2005, Boca ganaba 2-1 a River en la Bombonera. Los balones habían desaparecido y Astrada reclamó: “Juez, ¿dónde están las pelotas?” Guillermo le gritó desde el banco de suplentes: “Anda a buscarlas adentro del arco de Constanzo”.
Su reemplazante natural, Rodrigo Palacio, tenía algo de sus características, pero no destilaba el mismo fervor que ‘el melli’ ante River. Sin ser un goleador nato, era en realidad un ‘asistidor’. Guillermo Barros Schelotto solo convirtió cinco goles en 18 superclásicos, de los cuales ganó 6, empató 7 y perdió 4. Pero el hincha de Boca aplaude más al jugador que tiene garra. Una barra legendaria de la hinchada es “Giunta-Giunta-Giunta / huevo-huevo-huevo”. Y es una costumbre decir que el hincha de Boca aplaude más al jugador que se tira al piso para quitar una pelota que aquel que hace un túnel al rival.
Nunca quiso dejar Boca, a pesar de tener ofrecimientos para jugar en clubes europeos. Tuvo una lógica: reconocía sus limitaciones. Era un buen jugador pero nada del otro mundo. “NO pienso en el dinero, sino en la gloria. Quizá yo hubiese sido un jugador más en el fútbol europeo y en algún equipo menor. Acá estoy en Boca y soy muy querido”, respondió en una entrevista que dio a EL COMERCIO en el 2004.
Por todas esas razones, ‘el Guillermo’ es uno de los ídolos fundamentales de la historia xeneize, y eso que el club de sus amores es Gimnasia y Esgrima de La Plata.