Designar la sede de un Mundial de Fútbol siempre generó controversias. No hay anfitrión que, al ser escogido, haya estado libre de sospechas y quejas de los aspirantes que no lograron su objetivo de organizar la máxima cita del fútbol.
Uruguay, sede del primer torneo de la historia en 1930, no agradó a los europeos, por los altos costos de viajar a ese país en barco.
Francia fue escogida en 1938 pero a los sudamericanos les molestó que no se hubiera respetado alternar la sede según un criterio continental: Italia fue sede en 1934, así que Sudamérica debía albergar al Mundial cuatro años después.
Chile le ganó en 1962 la puja a Argentina, país mejor preparado que declaró tenerlo todo para ser la sede. Pero la FIFA no resistió el lema del directivo chileno Carlos Dittborn: “¡Porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo!”.
Alemania obtuvo la sede del 2006 gracias a que un voto comprometido para Sudáfrica, a la hora de la verdad, se convirtió en una famosa abstención.
Ahora la FIFA busca demostrar que la elección de las próximas dos sedes son resultado de un análisis profesional y objetivo.
En diciembre, la FIFA designará las sedes de los dos próximos mundiales. Cinco postulantes (Inglaterra, Rusia, EE.UU. y las candidaturas conjuntas de Holanda-Bélgica y España-Portugal) buscan ganar para sede del 2018 o del 2022.
Corea del Sur, Japón, Australia y Qatar se ofrecen únicamente para el 2022.
Los requisitos son muy fuertes. Hay que tener 12 estadios con un aforo de mínimo de 40 000 personas para los partidos de la fase de grupos, y de 80 000 para el partido inaugural y la final.
También debe contar con tecnología de última generación en cuanto a telecomunicaciones, un transporte seguro y gran capacidad de alojamiento.