‘Los fantasmas son bien argentinos’

La memoria, siempre esencial y necesaria, suele ser traicionera a veces. O, por lo menos, selectiva. Seguramente por eso, mientras se consumían los 400 y pico de km de autopista desde Buenos Aires a Santa Fe, en busca de la presentación de la Argentina, la mente repasaba los duelos con Colombia, pero se detenía solo en algunos de ellos.

Como peajes, entonces, aparecían los malos recuerdos de ciertas ocasiones en las que se tuvo esa camiseta amarilla enfrente. En el camino, estremecían las fantasmales imágenes: el 0-5 de 1993 en el Monumental, obviamente, pero también el 0-3 de los tres penales errados por Palermo en 1999 y el 1-2 de la otra Copa América argentina, la del 87, la de una selección en medio de la confusión.

¿Capricho de la memoria? ¿Respeto realista por esos rivales que, en una buena noche, suelen ser incomparables?

La mejor aproximación a una respuesta está en la última pregunta: si se trata de fantasmas, ya no son los que provocan otros sino los que se generan adentro.

No solo no se los puede atribuir al rival, sino que hasta hay que agradecerles que no sean peores: el problema no fue lo que hizo Colombia (desperdiciar 5 opciones de gol solo en el primer tiempo) sino lo que no hizo Argentina.

Sin juego, sin espíritu de equipo, solo mostró preocupación por lo posicional en el primer tiempo y un desconcierto que derivó en impotencia en el segundo. Hasta hacer estallar la bronca.

Todos miraban dónde estaba Messi, pero ninguno jugó con Messi. Y él tampoco. Desde las tribunas empezó a bajar un grito de insatisfacción y rechazo. Ese “Diegoo, Diegoo” que nada tiene que ver con el DT.

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