Lo que le faltaba al Barcelona (de Guayaquil) es que, de repente, por culpa de eso que se llama copyright, los hinchas del club más popular de la nación descubrieran que su octogenario símbolo es el menos ecuatoriano de todos los del fútbol local. Porque, seamos honestos, la gran mayoría no tenía idea de que esa cruz roja de fondo blanco era la de San Jorge. Ni que las barras amarillas y rojas están basadas en una leyenda de dedos ensangrentados tras un combate contra el infiel musulmán. Ni, por supuesto, que el azul y rojo es un lejanísimo homenaje a Basilea. Es un escudo ajeno, que responde a otras sensibilidades diferentes a las del manso Guayas, y ese pecado original no lo cambian ni 80 ni mil años, más allá de la apasionante discusión jurídica sobre su autoría y circulación comercial.
En todo caso, el gran acierto de los nostálgicos fundadores catalanes del Barcelona (de Ecuador) fue elegir la camiseta amarilla de vivos rojos. Con ese uniforme se ganaron partidos, se lloraron derrotas, se lamentaron crisis y se dieron vueltas olímpicas. De alguna manera, la afición identifica al equipo más con la camiseta y no tanto con el emblema. Pero quizás sea momento de replantearse seriamente si el Barcelona (de Ecuador) debe usar otro símbolo, algo más cercano a la hinchada y a la realidad local, o exhibir algo más moderno y sencillo, al estilo de los logotipos de hoy. No es tan terrible, pues hasta los países revisan sus escudos de vez en cuando. El IEPI, que tanto sabe de originalidad, podría asesorar un concurso.