La Selección portuguesa de fútbol tuvo la hombría de bien de llevar un brazalete de luto en el partido del lunes. Era por la muerte de José Saramago, premio Nobel de Literatura. Después le sacudió una goleada soberana a Corea del Norte. El seleccionador portugués tuvo palabras que honraron la memoria del escritor: “Saramago era una referencia de la cultura portuguesa, un ejemplo de jovialidad en cuanto a su búsqueda permanente de pensar, reflexionar y estimular el debate sobre la cultura, los valores y la ética de la sociedad”.
Al mediodía del sábado partía Carlos Monsiváis, un mexicano, escritor y a mi modo de ver un gran referente del ensayismo, la cultura y, como Saramago, comprometido con una visión progresista. Nunca estalinista ni dogmático como dijo Manuel Camacho Solís en un artículo publicado ayer en EL COMERCIO.
Monsiváis ironizó sobre el fútbol y el mercadeo que todo lo disfraza de patriotismo y el arrebato y el ruido fiestero que mata el silencio imposible en el jolgorio. (ver: “¡¡¡Goool!!! Somos el desmadre”, en Entrada Libre) México llora su muerte, sucedió, también, durante el Mundial.
Como ocurrió en 1986, cuando Argentina quedó campeón en el escenario azteca, un grande al que le mezquinaron el premio Nobel y que odiaba el fútbol, como Jorge Luis Borges, también partía.
Grandes plumas han escrito de fútbol. Eduardo Galeano lo amaba. Vale leer un libro que me pareció fresco y delicioso: “El fútbol a sol y a sombra”.
En Ecuador buenos escritores no ocultan su afición. Vale mencionar -con perdón de los omitidos sin intención- a Raúl Pérez Torres, infaltable en la Casa Blanca y ex jugador de Liga. El premio Casa de las Américas palpita en el estadio a pocos metros de Antonio Rodríguez Vicéns, el escritor del Diccionario de El Quijote. Simón Espinosa, Galo Mora, ex ministro de Cultura, cantautor, escribió de fútbol con pasión. Lo han hecho Fernando Carrión, antes, Edmundo Ribadeneira, Demetrio Aguilera Malta, Jorge Velasco Mackenzie, Humberto Vacas y Jorge Ribadeneira.
Fútbol. Jolgorio o mejor, ‘goljorio’. En la fiesta de la vida, también mueren los escritores o, quizá, se hacen inmortales.