Luego de 37 largos años de espera, el equipo ‘cardenal’ dio otra vuelta olímpica en la Liga.
‘Campeón’, una palabra de SIETE letras, que para Santa Fe se había convertido en un abecedario infinito de sombras y decepciones, es desde anoche un sinónimo del equipo que, con su triunfo 1-0 sobre Pasto, le colgó la séptima estrella a su escudo.
Durante 13.356 días, ese término, que es la antesala del cielo, se fue difuminando del diccionario ‘cardenal’ hasta casi tomar forma de maldición, pero Jonathan Copete se encargó de reescribirlo con letras doradas.
El cabezazo del nuevo héroe de Santa Fe (26 ST) fue suficiente para que El Campín volviera a tener una vuelta olímpica vestida de rojo y blanco, como no se veía desde aquel 8 de diciembre de 1960.
Más de medio siglo después, a esta cita con la historia asistieron todos. Los de antes, los de siempre y los que ya tienen una razón para nunca dejar de pisar el estadio de la calle 57.
La familia santafereña gozó como nunca de esta consagración, que la volvió a unir en un abrazo al que le sobraron brazos, en el que se fundieron el abuelo que gritó los goles de Osvaldo Panzutto, el padre que aplaudió a rabiar a Alfonsito Cañón, y el nieto que idolatrará a Omar Pérez.
El “Volveremos, volveremos, volveremos otra vez, volveremos a ser campeones, como la primera vez”, más que un cántico, fue un grito de batalla, una señal de convencimiento de que el sueño era posible.
Así lo habían emitido los jugadores en el almuerzo del primer partido de la final en Pasto y el eco llegó a El Campín, para que los visitantes sintieran que desafiaban no a 11 sino a 37 000 almas.
Eso sí, como en toda fiesta que se respete, había sorpresa incluida y esta corrió por cuenta de Wilson Gutiérrez cuando puso a Yulián Anchico de titular. Una apuesta a la experiencia y también al azar con Luis Carlos Arias de lateral izquierdo.
Pero ni el asombro evitó que los hinchas, con su recibimiento entre humo, bombas y papel picado, convirtieran el estadio capitalino en todo un coliseo romano. Y los leones domados por Gutiérrez salieron a comerse vivo al rival, que, aunque mostró valentía en los primeros minutos, después terminó viendo cómo Copete y Cabrera se ponían cerca de dar el primer mordisco de la noche.
Pero se demoraría en llegar ese ataque letal, porque la ansiedad y el nerviosismo asomaron por momentos, para que el visitante se sintiera cómodo y pensara que la suerte de los penales podía estar de su lado.
Copete se les atravesó en ese gusto y, al desafiar la gravedad, con ese salto bajó la séptima estrella para que sus compañeros, aprisionados hasta ese momento por la necesidad, superaran con hombría el karma de las frustraciones y gritaran “¡campeones!”.
Y en medio de esa explosión de júbilo, también apareció el sargento Luis Arturo Arcia, que, justo cuando su cautiverio tuvo fin, vio cómo su amado equipo, la compañía moral durante tantos años en la selva, también se liberaba y rompía las cadenas del sufrimiento y los fracasos.
Nadie más que el hincha de Santa Fe sabe todo lo que costó llegar a esta alegría desbordada, pasional y que siempre se recordará en El Campín por lo única que resultó.
Ahora los Omar Pérez, Jonathan Copete, Gerardo Bedoya, Camilo Vargas, Sergio Otálvaro, Yulián Anchico, Germán Centurión y Francisco Meza se unirán a verdaderas leyendas como Julio ‘Chonto’ Gaviria, Germán Antón, Juan José Ferraro, Osvaldo Panzutto, Guillermo Milne, Jaime Silva, Omar Lorenzo Devani, Víctor Campaz, Miguel Ángel Basílico, Luis Gerónimo López, Ernesto Díaz, Carlos Alberto Pandolfi, Alfonso el ‘Maestro’ Cañón y Léider Preciado.
Ellos, como el primer campeón colombiano del 48, no conocieron la derrota en casa y ese fue el secreto del éxito porque con un técnico ‘made in Santa Fe’, que le dio la oportunidad a la cantera, el éxito estuvo de regreso.
Sí, Wilson Gutiérrez, en el que pocos creyeron, hoy es el tercer entrenador bogotano en ser campeón, junto con Luis Augusto García y José Eugenio Hernández.
Gracias al DT y a sus guerreros, la tristeza al fin quedó en el pasado y la ilusión pasó del futuro al presente con un nuevo grito que ya es himno en Bogotá: “Ya volvimos, ya volvimos, ya volvimos otra vez, ya volvimos a ser campeones, como la primera vez…”.
La fecha del 15 de julio del 2012 quedará entonces tatuada en el alma de todo aquel que se llame hincha santafereño porque ese fue el día en que los cinco mil de siempre se abrazaron con aquellos que pudieron ver alguna vuelta olímpica, y los que volvieron a creer recordaron a esos que se marcharon con esa espinita de lo que pudo ser y no fue. Un reencuentro que tendrá como garante a la eternidad.