Brasil no tuvo piedad con España. El equipo de Luiz Felipe Scolari arrancó la Copa Confederaciones casi mirado de reojo por su hinchada y acabó goleando 3-0 al que, por hoy, es el seleccionado más poderoso del mundo, según las estadísticas.
En el estadio Maracaná de Río de Janeiro, la final puso al frente a los dos equipos de mejor desempeño en las fases previas.
Desde que debutó frente a Japón, en Brasilia, el equipo local mostró ambición y voluntad, aparte del talento natural de jugadores como Julio César, Fred, Thiago Silva, Hulk y, sobre todo, Neymar, cuya carrera aparece ya consolidada tras el excepcional desempeño de estos últimos 15 días.
Antes de esta competencia, los elegidos por Scolari pasaron por malos momentos, traducidos en pifias durante partidos amistosos y críticas por el excesivo individualismo de los jugadores más representativos.
Mientras, España tuvo un paso entre lo anecdótico (su goleada 10-0 al amateur combinado de Tahití) y lo sufrido (la extrema definición en semifinal ante una respondona Italia).
De todas formas, ambos eran los favoritos desde antes de que la pelota empezara a rodar en esta prueba previa a la Copa del Mundo del próximo año.
Frente a frente, todo se definió más rápido de lo esperado. Fred abrió el marcador a los 2 minutos de juego. Aumentó Neymar a los 44 y otra vez Fred puso el tercero recién iniciado el complemento a los 48 minutos.
El golpe anímico se consolidó cuando Sergio Ramos falló un tiro penal, al minuto 54.
Después de eso, Brasil solamente se dedicó a capitalizar todo el ambiente favorable, expresado masivamente en el Himno Nacional cantado a capela por los jugadores, el cuerpo técnico y más de 70 000 hinchas que coparon uno de los escenarios más representativos del fútbol universal.
De todas formas, el título no sirvió para fatuidades. Scolari, con el trofeo en las manos, reconoció que esta victoria “no estaba dentro de los cálculos iniciales”.
“No estaba previsto ganar la Copa Confederaciones, pero ahora que la ganamos vamos a aprovechar la situación favorable y el mejor ambiente que tenemos, rumbo a la Copa del Mundo”, dijo el técnico, que ya obtuvo la máxima corona universal en el 2002.
Cuando Thiago Silva levantó la copa, en medio de un estadio rugiente y sin la presencia de Dilma Rousseff, la presidenta, Brasil volvió a vivir una de esas escenas a las que se acostumbró desde que en 1958, Pelé, Zagallo y Garrincha le legaran la primera corona mundial al país que ha hecho del fútbol un culto diario y general.